Era una noche tranquila, de esas en que se encuentran varios amigos para departir y entretejer historias, experiencias, sueños y ansiedades; ahora que pronto nos graduaremos del colegio e iniciaremos por separado nuestras carreras universitarias.
Decidimos ir a un sitio, de esos donde se reúnen jóvenes de nuestra misma edad y por así decirlo, de moda en nuestra ciudad. Con el paso de las horas y con la obvia ingesta de licor, se empieza a sentir el ruido de la música y la euforia que ella trae consigo. Es ahí, entre distraída y atenta a todo lo que ocurre en el sitio, me parece escuchar la letra de una canción que pertenece a un género de música relativamente nuevo, el trap. Entonces, empecé a escuchar con total atención sin dejar de vista a todos y cada uno de los chicos que estaban en este sitio de rumba. Los jóvenes la cantaban con tanta emoción como si esa composición fuera una armoniosa obra de arte que reflejara las más profundas pasiones humanas, que en últimas es lo que se supone debería expresar la música y en general el arte.
No se sabe con exactitud en qué momento apareció la música. Sin embargo, esta ha acompañado al hombre a través de su vida y podemos decir que es una forma de arte que se expresa a través del sonido. Además, como toda obra de arte, refleja el estado espiritual de la sociedad; así lo propuso una vez Herman Hesse en su libro El juego de los abalorios. En efecto, esto se ha podido evidenciar a lo largo de la historia como por ejemplo en el Renacimiento, momento en el que el hombre se reconoce a sí mismo y se enmarca como centro de todo, resultando de esto esculturas como El David, obra maestra de Miguel Ángel Buonarrotti, en la cual se muestra la exactitud anatómica del ser humano, sin tapujo alguno, y es considerada una obra perfecta.
No sé, que tan trascendentales sean las letras “todas me lo hacen bien, todas quieren chingarme encima de billetes de cien” de Cuatro Babys de Maluma o la idea de que Arcángel y Farruko ya se acostumbraron a que no les importa el precio de lo que compraron y a “clavarse todas estas putas de tres en tres”. Tampoco analizaré si es buena música o no, o si incluso pueda ser forma de arte debido a su escasez literaria que muchos críticos denuncian.
Pero sí quiero partir de una certeza: las letras de las canciones de trap tratan temas muy vivos y evidentes en la sociedad actual y más específicamente en la juventud: la superficialidad, los vicios y el individualismo. Sin embargo, decir que este género musical es el culpable de este problema sería un error, pues este solo es el espejo de nuestra realidad.
Hoy la juventud está condenada a llevar el peso de dogmas sociales; uso este término porque casi ningún jóven se atreve a cuestionarlos ni analizarlos, quizás por miedo al rechazo o a la burla. No obstante, estos “dogmas” nos van definiendo como sociedad en un punto determinado de la historia.
“Las tetas son hechas pero el culo es natural” canta Ñejo en la canción Ella y yo remix. Tal vez Eduardo Galeano tenía razón al decir que “vivimos en la cultura del envase, que desprecia el contenido”. No sé a quién se lo ocurrió decir que solo las mujeres delgadas con curvas y con pelo rubio son las que encajan en el término “belleza”, pero lo cierto es que esta exigencia está por todos lados, desde la mamá que regaña a su hija por estar gorda hasta en la industria audiovisual , y tanta ha sido su aceptación tácita, que incontables jóvenes han caído en las garras de diversos trastornos alimenticios como la anorexia y la bulimia, o por el contrario han decidido entrar en un quirófano del cual nunca salieron.
“Primero yo, segundo yo y mi fucking dinero” canta Arcángel en su canción Me myself & my money, y con esto, nos muestra una vez más una sociedad individualista y egoísta, en donde los sueños de la mayoría de las personas no pasan de lo típico: tener propiedades, poder, prestigio y riquezas. Y ante esto caben los dogmas del más vivo y de lo más rápido y un claro ejemplo de esto, es la vida de Pablo Escobar, narcotraficante colombiano, quien, cegado por su avaricia, murió siendo uno de los hombres más ricos de América Latina, llevándose por delante a miles de personas a las cuales asesinó, a miles de adolescentes que cayeron en las drogas e incluso a su propia familia, que vivió perseguida y acorralada por mucho tiempo.
Parece ser que estamos en los tiempos en el que el trabajo de las personas, su tiempo y en general su vida está encaminado únicamente a la búsqueda de una riqueza material y no a la construcción de una sociedad mejor, como si se hacía antes en la antigua Grecia, época en donde el trabajo de las personas era valorado por su trascendencia y su utilidad transformadora y constructiva.
“Yo tengo agricultores como Piculín, lo ojos rojos como Chapulín” dice la canción Krippy Kush de Bad Bunny y Farruko, letras en donde se evidencia el dogma de los vicios, los cuales son usados por las personas por la presión social del ambiente en el cual viven o simplemente para olvidarse, por un momento, de la dura realidad que les tocó, y muchas de estas personas entran a este mundo sin imaginarse que tal vez, abrir esa puerta sea un camino sin retorno.
Y justamente es ahí, en donde sin darnos cuenta, poco a poco, en silencio; ese ruido y la euforia de la fiesta se hace realidad en nuestras vidas, esa música que endulza, que engaña y que nos permite ir y venir del cielo, deja de ser un simple reflejo de la vida de otros, para convertirse en nuestra propia realidad.
Por eso, nuestro papel de jóvenes es superar, reflexionar y tumbar estos principios que viven entre nosotros, que parecen infundados e irracionales y que nos condenan, como ya había dicho antes, a un actuar que nos aliena de nosotros mismos, para así poder transformar nuestra realidad. Y esto lo podemos lograr mediante el estudio de las humanidades.
El campo de las humanidades es muy amplio, y en general, hace referencia al estudio de la cultura humana, sin embargo, muchas personas consideran inútil su estudio y no se les da el valor que intrínsecamente tienen. Una rama de las humanidades es la filosofía y su estudio va más allá de la información, pues la cuestiona; supera la opinión, pues siempre está abierta al error e increíblemente supera la praxis, pues su valor está en ella misma y no en su practicidad. Tal vez sea esta la “influencia de señal contraria que las libere, quién sabe si in extremis, de la perdición irracionalista que en este momento las amenaza” que mencionó José Saramago en su libro El hombre duplicado, pues la filosofía es clave para poner en duda todos esos dogmas que nos persiguen diariamente, dándonos la capacidad de examinar de manera crítica nuestra realidad y ayudándonos a reconocernos como ciudadanos pertenecientes a una sociedad.
Un adolescente necesita saber que según la filosofía cristiana, el hombre es un ser en relación; que para Epicuro la felicidad es interior y por eso no debemos tener miedo al rechazo o la burla; que Descartes puso en duda hasta su propia existencia; que Kant pensó una vez que el hombre debe servirse de su propia razón, superando así la mayoría de edad; que según Sócrates el hombre es un ser ciudadano de la polis; que para Locke el hombre es bueno por naturaleza; que Heráclito de Efeso dijo un día que “un hombre no puede bañarse dos veces en el mismo río”. Y necesita saberlo, no con el fin de que recite teorías, sino para que sepa que todo se puede cuestionar y analizar, para que sea consciente de que puede tener la llave que le libere de las cadenas de la ignorancia y para que reconozca que la filosofía está en todos lados y que a pesar de que haya nacido en la antigua Grecia, su origen sigue siendo el aquí y ahora, y que hasta en una fiesta escuchando trap, se puede hacer filosofía.
Quiero terminar diciendo que me rehúso a pertenecer a una generación que no es parte activa de su propia vida, que repite canciones sin reflexionar su contenido, que actúa condicionado a prejuicios, que no cumple su deber de individuo libre, que busca una identidad por fuera y no por dentro, que se esconde detrás de los dogmas sociales y que, peor aún, acepta su realidad sin intentar cambiarla.
No podemos pensar que todo está bien y que no necesitamos una profunda transformación, porque mientras haya una sola persona en el mundo que no tenga clara su identidad como persona libre, ni su lugar en este mundo, siempre existirá la necesidad de un cambio, que solo la educación puede darnos.