La frase más sonada recientemente es: “está es la famosa paz de santos”. Y sí, es bastante doloroso y trágico lo sucedido con nuestros policías en la ciudad de Barranquilla, pero en razón de esta tragedia la ciudadanía no puede permitir que sectores políticos inescrupulosos aprovechen nuestro dolor e indignación para hacer política a sus anchas y panchas, nutriendo sus campañas y ganando adeptos a costa del pesar generalizado que enluta no solo al pueblo costeño sino a toda Colombia.
Es obvio que el paso a seguir es enlodar aún más el proceso político y de desarme de las Farc, sí, proceso de desarme o desmovilización. Si de honor a la verdad se trata se debe admitir que no podemos llamar “paz” a la simple dejación de armas. La paz conlleva cambios político-sociales mucho más profundos que el mero desarme.
Y como a veces es necesario que nos repitan lo obvio, pues entonces vamos a recalcarlo para que no nos metan los dedos en la boca y jueguen con nuestro dolor desviando el rencor hacia donde no debe mirar. Es claro que aún estamos en conflicto, que aún estamos en guerra, que esto no termina por ahora, pero ya no podemos echarle la culpa de todas nuestras desgracias como pueblo a las Farc; pues de acuerdo con la CERAC (Centro de Recursos para el Análisis de Conflictos), en comparación con el promedio de los últimos 50 años, desde el 29 de agosto 2016, día en que se dio el cese bilateral al fuego, las acciones ofensivas de las Farc cayeron en un 94%, Las muertes de civiles: en un 98% y las muertes de combatientes se disminuyeron en 89% , la tasa de homicidios en Colombia en 2017 fue la más baja en 30 años.
En este orden de ideas, no podemos echarle la culpa al “proceso de paz” de estas trágicas muertes, no se puede decir, como ya comienza a retumbar en las redes que “esta es la famosa paz de santos”. También, en honor a la verdad, debemos admitir que si bien es cierto que el proceso en la Habana no fue la tan anhelada paz, que hasta los del no en el fondo querían, hay que admitir que nuestro experimento de “paz” nos ha ahorrado miles de muertes violentas de civiles y militares en todo el país. Los recientes atentados terroristas a nuestra fuerza pública obedecen a otros sectores criminales de la sociedad, a los que hay que hacer frente con toda la contundencia y peso de la ley, puesto que no muestran el más mínimo indicio de redireccionar sus pasos hacia la civilidad y democracia. Es claro pues que estos violentos deben ser aislados socialmente y reducirlos a su mínima expresión para derrotarlos.
Ahora bien, admitamos un par de puntos válidos, el atentado a la policía barranquillera debe ser analizado a profundidad, pues tiene un objetivo claro que es el amedrentamiento a partir de la sangre. Pero ¿quién está detrás de esto si no es la guerrilla de las Farc? Recordemos cuál es y ha sido el otro gran frente de conflicto en el país, si señores, el paramilitarismo, y ahora recordemos que sectores políticos y económicos los han patrocinado y financiado. ¡Píldoras para la memoria! ¿Ya van sospechando hacia donde hay que mirar para ir estableciendo por lo menos responsabilidades políticas? Sí señores, aunque duela admitir, gran parte del conflicto armado que aún nos azota tiene por responsable a un sector político ya bastante conocido por todos nosotros. Esta vez no podemos mirar para la izquierda.