En años recientes se ha vuelto costumbre escuchar a políticos, por lo general mediocres, referirse en tono algo despectivo a quienes se preocupan por el medio ambiente como “ambientalistas” o “ecologistas”.
El problema subyacente es que el uso de estos términos maquilla el profundo desconocimiento de estos politiqueros (como el alcalde de Bogotá, Enrique Peñalosa, que los utiliza con frecuencia) en torno al desarrollo sostenible, cuyos tres pilares básicos son la prosperidad económica, el bienestar social y el cuidado ambiental.
Como una tendencia global e irreversible, el desarrollo sostenible cobra cada día más fuerza y ha sido la base de iniciativas tan importantes como los Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS) de Naciones Unidas, que los distintos países miembros se han comprometido a alcanzar. Autoridades mundiales en la materia como el profesor Jeffrey Sachs o el vicepresidente estadounidense Al Gore también lo promueven.
Es claro que si un político tuviera nociones básicas de desarrollo sostenible, en el cual el cuidado ambiental es solo una de las tres patas de la mesa, no usaría los encasillantes y algo despectivos términos “ambientalistas” o “ecologistas”, sino que se referiría a ellos como promotores del desarrollo sostenible (es más largo, sí, pero es más correcto y se oye mejor).
Lo peor de todo es que este tipo de políticos, aprovechando la caja de resonancia que son los medios de comunicación (por lo general superficiales y poco críticos), terminan contagiando su ignorancia e intentan restar importancia a quienes se preocupan por el medio ambiente para que sus audiencias también los vean así, como los inconformes en materia puramente ambiental.
De modo que la invitación es a no caer en el juego de estos politiqueros (que por desconocimiento propio buscan descalificar o restar méritos a quienes cada vez se muestran más conscientes de los estragos que hemos causado a la naturaleza y quieren un mejor planeta) y a dejarles claro que: no es ambientalismo, es desarrollo sostenible.