“No me gaste las palabras
no cambie el significado
mire que lo que yo quiero
lo tengo bastante claro”
“Las palabras” - Poema de Mario Benedetti
No hay una guerra en el Oriente Medio. Es el tercer ejército más poderoso del mundo masacrando a la arrinconada, humillada y devastada población de Palestina. Un pueblo que pagó los platos rotos de la crisis desatada por los europeos intentando pagar a los judíos el sufrimiento generado por el nazismo. Y también pagó por el interés de Estados Unidos de tener un enclave en una zona estratégica en el mundo árabe, una región llena de petróleo.
No son los judíos peleando una guerra religiosa contra los islámicos. Es una élite sionista ensañada contra un pueblo que históricamente tiene derecho sobre el territorio asignado para que Israel construyera su estado. El sionismo tiene muchas cosas similares al nazismo: Se apoya en la idea de la superioridad de un pueblo sobre los demás. En el caso del nazismo el argumento era la raza aria y en el caso del sionismo es una razón religiosa: ser el pueblo elegido por Dios. Sin embargo, miles de judíos en el mundo entero han dicho: “No en mi nombre”, encabezan movilizaciones y campañas para acabar el odio entre israelíes y palestinos. Es una gran lección de que no todo es lo mismo, de que las generalizaciones nunca son justas.
No hay daños colaterales: con la falsa justificación de acabar con los militantes de Hamás, se están masacrando miles de civiles, muchos de ellos niños y niñas. Imagínense que con la justificación de acabar con las guerrillas en Colombia bombardearan poblaciones enteras, esperando acabar con los niños y niñas para evitar que crezcan futuros terroristas. O, como dijo la diputada sionista esta semana: Matar a las mujeres para evitar que den a luz terroristas.
No hay una Organización de Naciones Unidas. Si existiera, ya hubiera tomado cartas en el asunto, más allá de los comunicados desteñidos y ambiguos. Habría sanciones, estarían los cascos azules, las agencias todas empeñadas en frenar un ejercicio desproporcionado del poder, que ya es un genocidio. El organismo que ayudó a crear un referente de derechos y humanidad en el siglo pasado, se ha convertido en una paquidérmica burocracia al servicio de intereses diferentes a los humanitarios. Vergonzoso.
Estamos ante una crisis de humanidad, una crisis de los sistemas culturales, económicos y políticos, una crisis de las relaciones que hemos construido a lo largo de los siglos. Muchos y muchas de nosotras sentimos vergüenza como especie de no ser capaces de poner freno al despeñadero de destrucción y autodestrucción por el que avanzamos. Y al mismo tiempo, qué oportunidad maravillosa para recordar lo que podría ser la humanidad si lográramos ponernos en los zapatos de los otros y las otras, si lográramos repensar la vida y sus milagrosas complejidades.
Hay siempre una dosis de esperanza. Apenas asentado el polvo de los bombarderos siempre hay alguien que sale y mira al cielo y agradece un nuevo día. Siempre hay alguien que sale a recoger cadáveres, a rescatar libros y a poner el hombro para dar aunque sea, un poco de consuelo a las víctimas. Alguien empieza a reconstruir la vida al otro día de haberlo perdido casi todo.
El gran poder de las resistencias no es igualar al poder gigantesco e injusto que intenta aplastarlas. Por el contrario, el gran fracaso del poder desmedido es que se vuelve tan desproporcionado que se ridiculiza a sí mismo, se torna insostenible por su exceso, se asfixia con su propio peso.
Y entonces, sin Naciones Unidas ni autoridades, ni grupos rebeldes jerárquicos, machistas y centralizados, ni permisos, ni acuerdos escritos, aparecen en múltiples lugares expresiones y apuestas por la vida que puede volver a ser y nos sentimos menos solos y sabemos que nada está perdido mientras haya una pequeña niña en plena franja de Gaza rescatando libros de los escombros para no renunciar a su sueño de estudiar y comprender el mundo, mientras haya mujeres sembrando flores en las granadas lanzadas.
“Y rellenamos el cráter de las bombas...
y de nuevo sembramos...
y de nuevo cantamos...
porque jamásla vida se declara vencida."
Poema anónimo vietnamita