La confusión ideológica, que ha sido constante en la vida nacional, lleva a que el comunismo totalitario muestre el rechazo que se le hace a la dogmática marxista como fascismo; comenzando por la academia en donde a los jóvenes se les enseña que el anticomunismo y el fascismo son la misma cosa, lo que conduce a un verdadero galimatías, pues al no haber plena claridad para interpretar estos dos conceptos, la situación es aprovechada por la mamertería para enredar a la ciudadanía desinformada.
Cuando por ignorancia o mala fe se echa en un mismo saco al anticomunismo y al fascismo se pretende crear una matriz de odio para eludir el debate, pretextando que se está persiguiendo al pensamiento crítico y a la libertad individual, advirtiendo que el comunismo totalitario en la historia ha sido el principal predador de las libertades individuales, ya que por principio el marxismo es antidemocrático, y estratégicamente usa lo que llama “democracia burguesa” para sus fines dictatoriales.
Causa asombro que los marxistas equiparan el anticomunismo con el fascismo, ubicándolos en el espectro político como la ultraderecha, desconociendo que tanto al fascismo (en sus comienzos en Italia) como al nazismo (en Alemania) se les consideraba de izquierda porque manejaban un discurso miserabilista (análogo al que hace el comunismo totalitario para engañar a los pueblos).
Además es curioso que Iván Márquez, el jefe del cartel de las Farc, ahora en tránsito de retomar sus actividades terrorista en Colombia, respaldado por la dictadura comunista de Venezuela que dirige Nicolás Maduro, trate de fascistas a sus enemigos políticos, taxativamente revolviendo el anticomunismo con el fascismo. Lo anterior sin olvidar que una de las primeras exigencias de las Farc en la mesa de negociaciones en La Habana fue la de proscribir el anticomunismo, lo que sería un exabrupto ya que el repudio al comunismo totalitario es prácticamente patrimonio de la humanidad. De hecho, este comenzó en el siglo XIX con el rechazo de los trabajadores en las dos internacionales, una de tendencia anarquista y la otra social demócrata, a lo cual se debe agregar que el liberalismo clásico y todas las organizaciones políticas auténticamente democráticas tienen que detestar al marxismo, ya que que es la negación de la libertad; también las religiones trascendentales y tradicionales como hinduismo, cristianismo, budismo y e islam.
Muchas veces lo hemos dicho, el fascismo es hijo del marxismo, ya que a principios del siglo XX su fundador (el italiano Benito Mussolini) fue militante del partido socialista italiano y un marxista acérrimo que hizo expulsar de ese partido a los socialdemócratas por blandos. También era amiguísimo del sátrapa ruso Lenin, quien no ahorraba elogios a favor del Duce. Hay que precisar que las dictaduras han utilizado prácticas fascistas para oprimir naciones, sin importar el signo ideológico, llámese de derecha o de izquierda.
Además, el marxismo (también comunismo totalitario), el fascismo y el nazismo tienen el mismo útero, pues los tres manejan la doctrina hegeliana que considera al Estado como su dios. Así los ciudadanos se convierten en objetos para satisfacer a un líder como fue el caso de Hitler en Alemania o al partido como ha sucedido en los regímenes comunistas. Por ello cuando estas tres aberraciones han asumido el gobierno, el Estado ha llegado a poseer todos los poderes sobre las personas, quitándoles los derechos individuales.
El triunfo de los aliados en la Segunda Guerra Mundial en 1945, del que también hizo parte la URSS, heredó la Guerra Fría que le permitió al comunismo internacional proyectarse en diferentes países del mundo, a pesar de ser una doctrina inhumana y dictatorial, que crea nuevas monarquías y camarillas que después de conquistar el poder buscan perpetuarse para siempre en la dirección del Estado mediante la represión y el crimen. A lo anterior se agrega que el dictador cubano Fidel Castro fue desde 1959 hasta el derrumbe de la Unión Soviética en 1991 el peón de brega del Kremlin para buscar que los países latinoamericanos cayeran en las fauces del imperio soviético.
Con la caída del muro de Berlín, aprovechándose del atraso de algunos pueblos de la región, Fidel Castro uso al líder sindical brasileño Lula da Silva para montar el Foro de Sao Paulo en 1990 y así reciclar los desechos del marxismo-leninismo repudiados en el viejo continente. Además, contó con la ignorancia de Hugo Chávez en Venezuela, quien se creía la encarnación de Simón Bolívar y un nuevo mesías para llevar a estas naciones al paraíso terrenal.
Un común denominador tanto del fascismo como del nazismo y el comunismo es el terrorismo, que utiliza métodos violentos indiscriminadamente en contra de la población para amedrentarla, buscando fines políticos y económicos especialmente. Por ello Hitler decía: “Las masas necesitan eso. Necesitan algo que les cause pavor”. Y para el caso colombiano no se puede olvidar que las narcoguerrillas marxistas de las Farc y el Eln han sido responsables de los peores actos terroristas que han ocurrido en el país durante los últimos 55 años, en donde toda ese salvajismo ha sido practicado para tomarse el poder.
Moral y éticamente, basándose en el humanismo, se debe de ser antifascista y anticomunista, pues ello es inherente a la civilización, porque las tres doctrinas abyectas que hemos denunciado deben de estar en el basurero de la historia para que no le causen más daño a las naciones. Subrayando que para el caso latinoamericano el comunismo totalitario es la principal amenaza de la libertad y la democracia, porque tanto el fascismo y el nazismo están reducidos a una mínima expresión, pero el marxismo con sus diferentes caretas sigue timando a los pueblos ocultándose en una falsa sensibilidad social para que los ingenuos caigan en su trampa.
Para cerrar, hay que enfatizar en que el comunismo totalitario o marxismo es diferente al comunismo libertario que surgió en la primera internacional de los trabajadores en el siglo XIX, cuando los dogmas de Karl Marx fueron repudiados por los obreros, porque dicho señor quería conducir a las masas a una esclavitud política mediante el Estado, apoyándose en métodos burocráticos y violentos.