Durante lo transcurrido del presente gobierno, las movilizaciones populares han tenido un propósito más conmemorativo que el reivindicativo de otras épocas. La derecha ha sido más política. Ha llegado, incluso, a movilizar contra el gobierno a policías y soldados en uso de buen retiro, pese a que estos ciudadanos provienen de organismos supuestamente al margen de las deliberaciones político-partidistas.
Tal pasividad popular ha sido causa de que tengamos que resignarnos con reformas distantes de las expectativas de antaño. La tributaria, por ejemplo, no producirá ni la mitad de los recursos que se anunciaron en campaña y apenas sí un 66 por ciento de los 29 billones de que hablaba el proyecto de ley.
Ese resultado de medio pelo se refleja también en la reforma al sistema de salud, del cual se esperaba que desaparecieran las EPS. Sin embargo, lo aprobado en primer debate indica que sobrevivirán por lo menos dos años más, tiempo durante el cual podrán transformarse en gestoras de salud y vida, como si esta no fuera la actividad propia de los hospitales y clínicas. El consuelo es que no manejarán recursos, aunque sí recibirán a cambio cinco billoncitos anuales, que podrán ser ocho si se comportan bien.
Claro que si bien todos tuvimos la culpa al no presionar al parlamento ni darle al presidente el solidario acompañamiento que tanto ha reclamado, también la tuvimos al permanecer pasivos ante la defenestración de Carolina Corcho -una mujer que conoce y siente los problemas de salud de los colombianos como sí también los hubiera padecido-, y aceptar en su reemplazo a un Guillermo Alfonso Jaramillo, personaje reconocido tanto por su arrogancia con los de abajo como por su condescendencia con los de arriba. Así lo demostró a su paso por la política local, y lo sigue demostrando ahora que, estando al frente de las relaciones del gobierno con el Congreso en lo concerniente a la reforma de la salud, ha sembrado de gran complacencia a los enemigos de esta.
A la reforma a la salud todavía le faltan tres debates, durante los cuales muy seguramente tendremos que ver muchas nuevas pérdidas, si permitimos que el nuevo ministro siga buscando calzar su cabeza con coronas de laureles a cambio de su genuflexión ante las castas dominantes, disimulada con sus discursos socialdemócratas.
Para evitar que se sigan deteriorando las expectativas populares, Gustavo Petro ha señalado que el pueblo debe salir a las calles. Este es un llamamiento cuestionado por las castas privilegiadas, lo cual evidencia lo correcto que es. Nos corresponde a todos como pueblo, y a nuestras organizaciones populares y partidistas, ponernos en cumplimiento de esa orientación.