Considerar que la visita del papa Francisco a Colombia fue un evento que convocaba únicamente a los feligreses de la iglesia católica es equivocado. Sus mensajes, en los que nos convoca a encontrar caminos de reconciliación que nos haga huir de los odios y de toda tentación de venganza, trascienden mas allá de los creyentes y llegan a la mente y el corazón de todos los colombianos. Esta gira de 5 días por 4 ciudades del país fue la oportunidad para el encuentro de los colombianos, avanzando por el camino de la unidad en media de la diversidad.
Soy ateo, pero no dogmático. Mi formación en la escuela del marxismo-leninismo y como militante de la izquierda, me hacía concebir, como lo decía Marx, que la religión era el instrumento de la oligarquía, asociada al clero, para alienar la mente de la humanidad para que no lucharan por sus reivindicaciones y derechos. Las posiciones ultraconservadoras que caracterizaban los sermones de los jerarcas de la iglesia durante las últimas décadas frente a temas relacionados con igualdad social no me permitían cambiar esa concepción y menos acercarme a la doctrina social de la iglesia.
Con la llegada de Francisco, como máximo jerarca de la iglesia católica, se nota una apertura fundamentada en la importancia de la inclusión social de los pobres, animándonos a poner la mirada en todos aquellos que hoy son excluidos y marginados por la sociedad, que son postergados y arrinconados en las diversas etnias, en las zonas más lejanas, en los campesinos, en los más débiles, en los que son explotados y maltratados, aquellos que no tienen voz porque se les ha privado de ella o no se les ha dado, o no se les reconoce. Aquellos que por décadas se le han desconocido y violado los derechos fundamentales como seres humanos.
Su gira por nuestro país fue una convocatoria para que, pese a las dificultades, avancemos en la consolidación de la paz definitiva y el bienestar para toda la nación. Es un llamado, no solo a los feligreses católicos, sino a todo un país, incluyendo a quienes no somos creyentes, o los que profesan otros credos religioso, para que reconozcamos el sufrimiento de la otra Colombia, que durante más de 50 años padeció el dolor de la guerra, que tengamos la capacidad de perdonar y volvernos a encontrar como colombianos, entendiendo el dolor de los que han sufrido, pero buscando como sanar nuestros corazones y construir un país en paz y reconciliado.
En sus homilías llamo la atención para que las nuevas generaciones no se dejen vencer, ni engañar, ni pierdan la alegría, ni la esperanza y la sonrisa; en que "el mundo de hoy tiene necesidad de constructores de paz y de diálogo", señalando que "La violencia engendra más violencia, el odio más odio, y la muerte más muerte. Tenemos que romper esa cadena que se presenta como ineludible, y eso sólo es posible con el perdón y la reconciliación", enfatizando que "una paz estable, duradera, es el camino para vernos y tratarnos como hermanos, y no como enemigos".
Francisco nos convoca a que no nos quedemos en 'Dar el Primer Paso', sino que sigamos caminando juntos cada día para ir al encuentro del otro, en busca de la armonía y de la fraternidad". Como colombiano no creyente, debo manifestar que ese llamado del papa Francisco nos motiva a continuar dando pasos para construir un país más humano, comprometido con la equidad social, el respeto a los derechos humanos, construyendo puentes para la reconciliación y la convivencia en paz en medio de la diferencia.
