En los avisos “tranquilizadores” de los canales de televisión, dice que una película no contiene escenas de sexo ni violencia, como si ambos estuvieran al mismo nivel, como si fueran dos males, o dos categorías censurables.
Lo peor es que muchas de las asociaciones de televidentes afirman lo mismo e incluso hacen retirar a sus niños y niñas de la pantalla en escenas románticas o eróticas, aunque les sobreexponen a los noticieros, a los narcoseriados y otras colecciones de violencias varias.
Este fin de semana ocurrió algo que me hizo pensar en el nivel de absurdo que a mi juicio se vive en la vida cotidiana colombiana: muy cerca de mi casa hace unos meses fue atacada con ácido una mujer que trotaba a las seis de la mañana. Como dice la canción de Rubén Blades: “No hubo curiosos, no hubo preguntas, nadie lloró”.
Por contraste, este fin de semana ocurrió un hecho insólito: un hombre enamorado escribió un grafiti de amor para una mujer, en un muro blanco en medio de la penumbra de la una de la madrugada. De inmediato se inició un despliegue impresionante con participación de policías motorizados, vigilantes privados del misterioso lugar, taxistas, quienes describían al “criminal” y trataban de darle cacería. Incluso se utilizaron una especie de detectores de minas y escáneres que recorrían el pavimento frente al muro una y otra vez. ¿Una declaración de amor escrita en un muro merece tal cacería?
También en lugares públicos en Cali se ha maltratado y detenido a parejas que se besan y acarician en público. Sobre todo a las parejas del mismo sexo. Traigo como ejemplo, el tradicional Parque Artesanal Loma de la Cruz, donde no solo las autoridades actúan así. Madres y padres de familia se quejan de que las lesbianas y los homosexuales se tomen de la mano o se demuestren su amor en público, escandalizados por el mal ejemplo, mientras toleran que otras personas se agredan verbalmente, o exponen a sus hijos a shows de cuenteros con repertorios claramente sexistas, homofóbicos y racistas.
Hablando con un amigo hace poco, me decía que le parecía divertido y sensual ver a niñas agarradas del pelo, como en recientes escenas de colegialas que se han visto en noticieros de televisión. Caí en cuenta con su comentario, que muchas veces las mismas personas que miran con sospecha y censura a las niñas que van sin niños a la loma o que se toman de la mano, se mostrarían entusiastas si esas mismas niñas se trenzan en una pelea y las azuzarían para que resuelvan con violencia sus problemas.
Entonces aterrizo en que cuando se dice sexo y violencia ni siquiera se están poniendo al mismo nivel. Es mucho más tolerada, aceptada y celebrada la violencia. Lo que se censura en realidad es el sexo: la sexualidad, el deseo, el erotismo y también el amor y el afecto cuando no se adecúan a normatividades conservadoras y excluyentes y a represiones obsoletas.
Exacerbar la violencia y perseguir la sexualidad son dos caras de la misma moneda. Ambas medidas nos hacen una sociedad temerosa y mojigata, una donde “escandaliza más un desnudo que una masacre” como afirmó hace tiempo Daniel Samper Ospina.
La tendencia es creciente y viene de arriba a abajo: tenemos un procurador que se ha dedicado a perseguir con Biblia en mano a todas las expresiones que a su estrecho juicio pueden considerarse pecaminosas, mientras viola abiertamente los derechos y libertades que desde su cargo debe garantizar.
Hablando de religiones, esta semana empieza lo que se denomina la “Semana de Pasión” y aquí otro ejemplo de lo que vengo argumentando: se imaginaría cualquiera que se celebra la historia de amor y erotismo entre Jesús y la Magdalena. Pero no: esa historia ha sido censurada y cercenada de la historia religiosa con métodos parecidos, pero peores que los del procurador. Cuando hablan de pasión hablan de miles de latigazos, espinas, lanzas y pena de muerte. Y no les tapamos los ojos a los niños para que no aprendan crueldad.
Sin embargo algunas y algunos declaramos que nos gustaría más el otro sentido de la Semana de Pasión: preferiríamos ver las calles con letreros de amor y los parques con parejas o tal vez grupos, besándose, acariciándose o teniendo relaciones sexuales, en lugar de caminar con miedo al atraco, a la riña, al paseo millonario, al ataque con ácido, a la brutalidad policial, a los falsos positivos. Preferiría un mundo en el que lo que asqueara fuera entrometerse en el deseo y el bienestar de las personas y no el amor y el erotismo.
En fin, reconociendo que nos van ganado con creces las inquisiciones de viejo y nuevo cuño, y mientras logramos construir nuevos acuerdos en la forma de percibir y respetar a los demás, mientras comprendemos que no hay revolución más profunda que la que desata los cuerpos de las ataduras de la represión, les dejo con esta bella frase de la película de V for Vendetta: “Nuestra integridad no es gran cosa, pero es lo único que tenemos. Es la última pulgada nuestra. Dentro de esa pulgada, somos libres”.