Las redes sociales pululan en mensajes de oración para expiar el pecado que ha llevado al planeta a castigarnos con terremotos y huracanes. Seguimos pegados al concepto pecado-castigo y karma como el resultado de nuestras acciones. No niego que cada acción tiene una reacción, pero de allí a pensar que el planeta nos castiga, hay mucho trecho.
Sí, la madre tierra es un ser viviente y nosotros –los humanos- somos parte de ese organismo. Si nos reproducimos cual células cancerosas, si nuestras emociones son malvadas, si nuestros pensamientos atacan, claro que el ser viviente, la pacha mama, tiene que reaccionar, pero no lo hace castigándonos con terremotos y huracanes u otros desastres naturales. El planeta, como ser vivo, lo hace manifestando su amor, regenerándose, cada vez que lo dañamos. Manifiesta su amor al volver a crecer el bosque que incendiamos; al restablecer el coral en nuevos sitios; al donar su liquido precioso, el agua, cuando la hemos secado en un manantial, resucita en otro; especies extinguidas que dan paso a nuevas formas de vida.
Las mentes que continúan basando su diario quehacer en el castigo, sintiéndose pecadoras, culpables, serán transformadas en su paradigma por aquellas en que el amor, las acciones con amor, la tolerancia, la compasión, sean su guía, su motivación, su camino. No es sino ver la pasión culinaria que lleva a los chefs a darnos el placer de la combinación de nuevos sabores; o quienes utilizan sus dones para crear soluciones energéticas limpias y sustentables; o los médicos que logran aliviar, no solo el dolor, sino también el sufrimiento de sus pacientes; o los educadores que se salen de las filas de la memorización de datos por el análisis y por la motivación emocional que descubra los talentos de sus alumnos; o los periodistas que publican historias de vida ejemplar sin dejarse seducir por continuar un amarillismo catastrófico.
Recordemos que aún en las profundidades del océano,
donde la lava ardiente fluye en forma constante,
existen animales y plantas que viven en ese entorno
Veamos al planeta como un ser vivo, que se mueve, que expresa sus emociones con la brisa seductora o con el arrebato del viento devastador. Veámoslo como el ser que nos protege al darnos sus frutos, pero que a veces tiene que reacomodar su interior –con un terremoto- para luego continuar suministrando la tierra fértil. Recordemos que aún en las profundidades del océano, donde la lava ardiente fluye en forma constante, existen animales y plantas que viven en ese entorno, (sin oxigeno, ni luz y con mucho azufre) el cual para nosotros sería mortal. El planeta es sabio en proporcionar las condiciones adecuadas para la vida de cada especie.
Somos células dentro de ese gran cuerpo que hemos dado por llamar planeta tierra. Como células debemos cumplir nuestra parte y poner lo mejor de cada cual como aporte a su vida, repito no para evitar un castigo, sino para expresar el amor que llevamos dentro. Amor que nos conduce a expresar la solidaridad entre nosotros, así la aprendamos de una forma dura. Amor que nos acerca al dolor ajeno, que nos hace compasivos. Cada cual aprendemos esto de una forma particular, una