No a los humanos
Opinión

No a los humanos

Digna sería la faena si al torero le dan como único instrumento de lucha algo parecido a unos cachos, no puestos por su pareja, aclaro, sino instalados en su frente

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enero 27, 2017
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—Nunca he ido a toros ya que creo que me saltarían tres lágrimas, si tuviera calzones saldría al ruedo con una bandera llamativa y pondría sonrisa dulce al ver la sangre del torero cuando le metan un cuerno entre las...

Esta humilde conversación hagamos de cuenta que se celebra  en un restaurante, mientras quien habla hunde su cuchillo  dentro del delicioso y tierno pedazo de carne a término medio o sangrante y su amigo o compañera goza con un delicioso pescado que reposa en el plato con la boca abierta.

Yo, como el amigo de la ficción, tampoco he ido jamás  a toros simplemente porque me parece una salvajada, pero no por ello me atribuyo los valores morales para exigir con el puño en alto “No a los toros”.

Armamos un alboroto de locura por la muerte de cinco (cinco !!!) toros y no se nos ocurre pensar cómo es que matan (matamos) a la res o a la vaca o a la gallina. ¿Suponemos que a cada pollo lo toman con dulzura, le dan media pastilla de dormitol y con sapiencia egipcia le cortan la cabecita con cuchillos homeopáticos ?

En 2012 Antonio Caballero, amante radical de la fiesta brava, soltaba estas palabras sobre el tema: “Todos los animales padecen dolor por culpa de los hombres. Y todos mueren. Solo la muerte inevitable de los toros es digna: en la pelea. No en la ejecución infame y sin defensa a la que son sometidos todos los demás.

Tiene razón y carece de ella, ya que es difícil imaginar a un pato en mitad de lucha sangrienta con, digamos, un cojo. Si todo va encaminado a la muerte del pato, no se me ocurre pensar qué arma letal le ofrecemos al pato para que la lucha sea de igual a igual ya que el cojo, y lo digo por experiencia, siempre será con un cuchillo más atinado que el pobre animal.

Más o menos igual que los toros ya que el único que anda en pelea es el torero. El pobre toro no está en pelea, está en una plaza redonda traído a las bravas y de la cual salen a cada rato unos tipos que le clavan cosas y minuto a minuto todas sus fuerzas se van perdiendo.

Digna se convierte la faena si al torero le dan como único instrumento de lucha algo parecido a unos cachos, no puestos por su pareja, aclaro, sino instalados en su frente.

Toda esta discusión que ha estado muy aireada en esta semana, me recuerda el caso del pueblo de Tordesillas, en España, en donde la justa pelea (Toro de La Vega) consistía en la persecución del animal por un grupo de lanceros y picadores hasta darle muerte. El espectáculo era triste y deprimente y dejaba ver las entrañas del ser humano. Parece que gracias a la lucha de los “animalistas”, este ritual fue modificado por un encierro denominado Toro de la Peña, en donde no hay lidia ni muerte.

 

 

¿Y qué decir de la caza del zorro en la civilizada Inglaterra,
o del aberrante Correbous catalán en donde el toro
anda por los pueblos con palos encendidos adheridos a los cuernos?

 

¿Y qué decir de la caza del zorro en la civilizada Inglaterra, o del aberrante Correbous catalán en donde el toro anda por los pueblos con palos encendidos adheridos a los cuernos?

¿O la señora de misa de seis que tiene divinamente encerrado a un loro desde hace tres años mientras se aterra por lo que le contaron de las peleas de gallos?

En suma, no me gustan los toros aunque creo que con su prohibición la humanidad no obtiene gran provecho, máxime si pensamos que todos los animales que nos llevamos a la boca con un delicioso sorbo de vino y legumbres salteadas  han sido cruel y vilmente matados con sevicia y dolor.

 

Y hablando de…

Y hablando de prohibiciones, causan cierta risilla los decretos y proyectos de ley que ofrece en bandeja de plata blablablá Santos para terminar de una vez y por siempre la tal corrupción, como si se tratara de un desconocido petardo que le ha explotado en sus narices.

Más leyes pues…

 

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