Niños y jóvenes queriendo partir: ¿Qué nos pasa?
Opinión

Niños y jóvenes queriendo partir: ¿Qué nos pasa?

¡Qué dolor! ¿Hay algo como un cambio que haga más vulnerable la situación de niños y jóvenes? ¿Cuántos tienen hoy la posibilidad real de recibir asistencia sicológica en Colombia?

Por:
octubre 14, 2019
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A fines del 2017, en un programa dirigido por Claudia Palacios, al que me invitó, escuché del anterior director de Medicina Legal que los casos de suicidios de niños iba en alza.  ¡Habló de chiquitos de 6, 7 años! Muestra brutal de cómo los entornos en que vivían, los de la familia, la comunidad y la escuela, no les protegieron y prefirieron irse... ¡Qué dolor!

Está fresca la muerte de Sergio Urrego, hace cinco años, atormentado por el bullying homofóbico y la incomprensión de directivos y docentes de su colegio. Y la del superpilo javeriano Jhonnier Coronado, hace unas semanas, un muchacho araucano que no resistió más, pese a los supuestos beneficios del programa que buscaba democratizar el acceso a la educación superior premiando el talento de los humildes. Y tantas de las que nos informamos por los medios como de aquellas de las que no sabemos.

Los suicidios son apenas la punta del iceberg: lo que hay detrás podría ser una situación de agravamiento en las condiciones de protección de los entornos en los que se desenvuelve la vida de niños y adolescentes y, que por supuesto, marcarán más tarde su vida de adultos.

¿Es un fenómeno que siempre ha existido y que nos alarma porque, gracias a la disponibilidad de medios para informarnos, nos hace tomar conciencia, puntualmente, de él? ¿O estamos frente a un desafío de salud mental que se está desbordando? Y si es así, ¿es un problema de la época que vivimos, agravado por la negligencia?

Es difícil saber si se trata de una tendencia que va en alza, si la desesperanza, la angustia, el miedo, la ausencia de sentido, que han acompañado siempre al ser humano, tienen en estas épocas un campo más abonado para amedrentar niños, adolescentes y jóvenes adultos.

Tomando el medio ambiente como referencia, cuando se presentó la catástrofe ocasionada por el Karina en Louisiana, destruyendo decenas de miles de viviendas en Nueva Orleans, las compañías de seguros estuvieron muy ocupadas. Por una parte, porque más bienes inmuebles habían sido asegurados en los últimos años y muchos resultaron afectados por el huracán. Por otra, porque sí, efectivamente, hay cambio climático.

¿Hay algo así como un cambio que haga más vulnerable la situación de niños y jóvenes en el mundo de hoy?

En Joker me llamó poderosamente la atención la última entrevista que el protagonista tiene con la sicóloga del servicio social, que le anuncia que la autoridad de Ciudad Gótica ha recortado el gasto público y que el servicio de asesoría sicológica quedaba suspendido. Usted nunca me ha escuchado; siempre, de oficio, hace las mismas preguntas, no me ayuda, no he vivido un solo momento feliz en mi vida, le replicaba Joker. El único beneficio que recibía era el de los siete medicamentos que a diario ingería.

 

 

Estamos jugando con la calidad de vida
y la vida misma de niños y jóvenes por la incapacidad de comprenderlos,
de identificar las alarmas, de protegerlos

 

 

Lo anterior para decir que el problema, obviamente, está lejos de ser local. Por ejemplo, la tasa de muertes por sobredosis en los Estados Unidos pasó de 6.2 por cada 100.000 habitantes en el 2000 a 14.7 en el 2014, tendencia alarmante. Los fallecidos por ese motivo, en el 2017, fueron más de 70.000, principalmente gente joven.

No sabemos qué pasa con la salud mental de niños y jóvenes en Colombia. El interés público se despierta, de momento, cuando ocurren tragedias como las de Sergio y Jhonnier. Pero no hay acciones de gran escala, ni del estado ni de la sociedad, para aproximarnos a un diagnóstico que nos permita aliviar dolores y prevenir tragedias y, por ahí, a diseñar y poner en marcha programas que realmente les tiendan una mano. ¿Cuántos tienen hoy la posibilidad real de recibir asistencia sicológica en Colombia?

El abanico es muy complejo y desconocemos, detrás de la fachada del “portarse bien” y de “hacer buena cara” por qué angustiosas vías que provocan trastornos del humor, ansiedad, pánico, de la alimentación, estrés postraumático, depresión y tantas otras manifestaciones, están transitando millones de niños y jóvenes.

Estamos en capacidad de medir el cambio climático, de analizar el deterioro de las democracias liberales. En uno y otro caso hay alertas y alarmas. Sin embargo, estamos jugando con la calidad de vida y la vida misma de niños y jóvenes por la incapacidad de comprenderlos, de identificar las alarmas, de protegerlos.

 

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