Estos son los rostros de los niños del desierto, niños olvidados por el estado, condenados a morir de sed y de hambre. Estas son las imágenes del genocidio Wayuu. Mi nombre es Alejandro Montaña, trabajo como fotógrafo voluntario para la Asociación de autoridades indígenas Shipia Wayuu, en cabeza de Javier Rojas Uriana, un hombre que se ha jugado todo, hasta su vida, con tal de que el Estado cumpla con su deber de garantizar las necesidades básicas al pueblo Wayuu.
Día tras día salimos con la Asociación hacia el caluroso desierto para encontrarnos con la dura realidad que este pueblo indígena debe soportar, una sequía que parece interminable y un sistema político carcomido hasta sus cimientos por la corrupción, corrupción que les ha robado todo y que sistemáticamente los condena al exterminio.
En los últimos años han fallecido más de 6 mil niños ante la mirada indolente de los entes gubernamentales, que mantenían la muerte oculta con cifras maquilladas, con programas que solo funcionaban en el papel y que solo beneficiaban a los perversos líderes que se enriquecieron con los más de 11 mil millones de dólares que entraron a este territorio en los últimos diez años. Todo esto mientras la muerte recorría el desierto del olvido dejando tras de sí un saldo de 10 a 15 niños muertos por causas asociadas a la desnutrición por semana.
Cabe aclarar que esta cifra se mantiene y que en lo corrido del año van 44 casos reportados de niños fallecidos. Esta cifra es solo tentativa: el gobierno no tiene presencia ni siquiera en el 40% de las rancherías, pues no saben dónde están ubicadas y la microfocalización que realizaron el año pasado fue vergonzosa. En consecuencia, muchos de los casos quedan sin reportar, a lo que se le suma el hecho de que las comunidades son amenazadas cada vez que denuncian las muertes, pues la corrupción va de la mano de la violencia y cada vez que la muerte de un niño es denunciada, los corruptos pierden los beneficios monetarios que reciben por el pequeño.
Ante la gravedad del problema, las denuncias de la Shipia no cesaban pero la ineptitud del sistema judicial departamental dejaba los reportes archivados por tiempo indefinido. Fue por esto que buscando una solución se solicitaron medidas cautelares ante la CIDH, las cuales fallaron a favor de la comunidad y que hicieron que los ojos del mundo se posicionaran sobre la Guajira. Por fin se divisaba un rayo de esperanza en el árido camino, pero el gobierno de nuevo le dio la espalda a la región, negó que la crisis existiera y solicitó que las medidas fueran revocadas alegando que ya le habían dado solución a las problemáticas. La maravillosa solución fue inaugurar pozos viejos, dar tanques gigantes que ahora solo albergan arena. A esto se suman los pocillos de ñapa de chocolate y un par de bolsas de bienestarina que le dan a la comunidad para que se alimente.
En La Guajira existe una línea permanente de desnutrición que tal vez sea la mayor muestra de la ineficacia; es un sistema de atención para la comunidad Wayuu donde ningún funcionario habla wayuneiky (la mayor parte de la población indígena no habla español). Además, solo atienden en horario de oficina, es decir, que si hay un caso en la noche, el paciente debe esperar más de 6 ó 7 horas para que se empiece a coordinar la atención, proceso que también puede durar 4 ó 5 horas. Después viene lo que tarden en el desplazamiento, es decir, que un niño puede esperar más de 18 horas para ser atendido de emergencia.
Afortunadamente, la CIDH ha ratificado las medidas cautelares, pero en el aire continúan las preguntas ¿Hasta cuándo? ¿Cuántos pequeños más tendrán que morir que se tomen acciones de fondo? ¿Será que no les duele ver como muere la niñez y como un pueblo ancestral se acaba?
Este texto se queda corto para contar la inmensidad de problemas que tiene esta región, pero espero les haya dado una idea de la grave crisis que se atraviesa. Espero, también, que se enamoren de estos pequeños rostros como yo lo hice; que junto con nosotros nos ayuden a hacer justicia para que la muerte de nuestros niños no quede impune, y para que la sonrisa de estos pequeños vuelva a brillar en el desierto tanto como lo hace el sol.