Ningún presidente acabará la corrupción porque la corrupción somos todos

Ningún presidente acabará la corrupción porque la corrupción somos todos

En un estudio sobre los 60 casos de corrupción más sonados de Colombia, en la mayoría participaron ciudadanos del común, desde la pérdida de Panamá hasta Odebrecht

Por: Mario Andrés Arturo
mayo 09, 2022
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Ningún presidente acabará la corrupción porque la corrupción somos todos
Foto: Pixabay

En 2017 don Juan Gossaín se dio a la tarea de investigar cuál fue el primer escándalo de corrupción en Colombia y se remontó hasta el año 1602.

Con la genialidad de su pluma narra cómo don Juan de Sande, presidente de la Real audiencia del entonces Virreinato de Nueva Granada (cargo que equivaldría más adelante al de presidente de la República) se adueñó de 5 mil pesos oro que la Corona había enviado y que debían ser consignados en la tesorería, sin embargo, la cifra que para esa fecha era un dineral nunca apareció; por esos días la corona también había comisionado a un funcionario para que indague sobre otras arbitrariedades que se le endilgaban, misteriosamente este delegado y toda su comitiva murieron, presumiblemente por envenenamiento.

Don Juan, como buen roedor de biblioteca, pudo situar este hito, pero más enaltecedor hubiera sido registrar cuál fue el último acto de corrupción en Colombia, sin dudarlo eso ya no podrá hacerlo Gossaín, ni ningún otro ser que haya visto la luz, no por los años que le pesan al periodista, sino por la tolerancia cómplice que los ciudadanos hemos forjado hacia la corruptela.

Leyendo un trabajo de Gerardo Vanegas donde se enlistan los 60 casos de corrupción más sonados de Colombia, se encuentra que en la mayoría hay participación del ciudadano del común, desde la pérdida de Panamá hasta Odebrecht.

La sociedad ha optado por la posición más cómoda de simplemente señalar con el dedo acusador y pararse en el umbral a ver pasar el feretro de la democracia. Si bien la corrupción administrativa se materializa a través de delitos que requieren un sujeto activo calificado (funcionario público), ese rol permisivo y a veces cómplice de la ciudadanía puede ser el combustible que mueve los engranajes más efectivos de la corrupción y sostienen sus andamiajes.

La posición y la pretensión más conformista e incluso cobarde es esperar que un gobernante acabe con la corrupción, y más en Colombia donde sin ruborizarnos podemos decir que campea una cultura de la ilegalidad, ¿acaso no nos gusta viajar en transporte ilegal, evadir o eludir impuestos, comprar contrabando y defraudar las subvenciones del Estado y sobornar funcionarios?

Un papel más patriótico jugaríamos si nos dedicamos a vigilar los recursos desde las regiones y los municipios, a denunciar a los que se roban las regalías, la plata de la salud y el agua potable en los 1100 municipios, a los que compran las pruebas de Estado para entrar a la universidad, a desincentivar los carteles de la gasolina, la papa, del narcotráfico, a los gota a gota, desafortunadamente en este país tenemos desde cartel del Sida y la hemofilia.

Hasta cartel de las pensiones y la toga, incluso cartel de los sapos. Tal vez denunciando eso en sus pueblos y regiones hacen más que enfrascándose en peleas sin sentido en redes sociales, cerrados a cal y canto en defensa de candidatos que a lo mejor hasta se retiran de sus diatribas rabiosa llenas de odio espumante.

Poner en cabeza de un gobernante una responsabilidad que es de la sociedad muestra el nivel de comodidad en el que nos hemos situado, añorar que un gobierno, cualquiera que sea su identidad ideológica, desde la casa de Nariño a punta de decretos y reformas acabe con la corrupción no solo es utópico sino también ingenuo.

Hoy los políticos están haciendo lo que bien saben, que es dividirnos, desconociendo a lo mejor deliberadamente que solo la unidad puede ayudar a solucionar los problemas trascendentales de la patria, lanzan sus dardos venenosos desde sus redes, apoltronados en sus sofás desde el norte de Bogotá y se entretienen viendo la confrontación de la plebe desde sus iphone de última tecnología.

No es por desdeñar de sus expectativas, pero en un país que tiene un barrio que se llama Pablo Escobar y que se roban hasta las tapas de las alcantarillas ni siquiera los bisnietos de Gossaín tendrán el privilegio de registrar el fin de la corrupción en Colombia.

Como sé que opinar sobre política es la antesala para hacerse acreedor a todas las formas de desprecio me debo despedir con una frase que alguna vez leí en un muro de la Nacho: "no escribo para convencer a nadie, solo lo hago para que los que piensen como yo sepan que no están solos".

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