Calificación:
El agua nieve cae sobre los tejados formando pequeños riachuelos que se arrastran afanosos por los caños como si fueran serpientes. Es de noche y Seligman ha ido a comprar pescado. Camino a su casa la encuentra a ella, tirada en el suelo, con la nariz reventada e inconsciente. Un leve rocío cubre su cuerpo. La capa de humedad que siempre acompaña a Joe. No está muerta y al parecer ni siquiera necesita de una ambulancia. Una taza de té con leche será suficiente para recuperarse. Seligman le ofrece un lecho y la oportunidad de que ella cuente su historia. Para explicar por qué yacía en ese oscuro y sucio callejón deberá remontarse a los felices días de su infancia en los que inundaba el baño de su madre para reptar desnuda por él y empezar a descubrir que si se tocaba sus genitales la sensación de estar viva se agudizaba. En Seligman no sólo encontrará un lecho y una taza de té caliente, sino que con su paciencia y su amplio conocimiento de la cultura, la pesca, la historia y la religión podrá justificar cada uno de los actos perversos que atormentan la conciencia de Joe.
Hace rato que no esperábamos tanto por una película. Desde que en la divertidísima rueda de prensa del 2011 en Cannes, mientras presentaba Melancolía, Lars Von Trier anunciara no sólo que su odio hacia los judíos lo llevaba a convertirse en un Nazi, sino que su próximo proyecto sería una película porno protagonizada por Charlotte Gainsbourg, las alarmas de los cinéfilos del mundo se activaron inmediatamente. Después del escándalo que suscitaron sus palabras y su expulsión del festival más importante de la costa azul, el danés se encerró a limar los últimos detalles de su guion y, para la primavera del 2012, ya estaba rodando con un elenco de lujo que incluía a estrellas rutilantes como Shia Labeouf y Uma Thurman.
Por ahí circularon en la red algunas fotos del rodaje. En la más famosa de ellas se veía a la actriz francesa en la cama con dos sementales negros y al parecer el autor de Contra viento y marea estaba cumpliendo lo que había prometido. “Lars Von Trier puede ser un nazi -decían los críticos del mundo- pero es un hombre de palabra”.
Los críticos cayeron como liebres mansitas ante la trampa que les había puesto el gran danés. Las primeras proyecciones despertaron inconformismo ya que por ningún lado esta producción podía valorarse como una película porno. En Colombia, el crítico de la revista más popular del país, el mismo que calificó a la aburridísima Doce años de esclavitud cómo “obra maestra” y que dijo que la originalísima Lobo de Wall Street era “bisutería barata” declaró haberse sentido desilusionado ante esta película “sosa y literal” que no mueve a ningún tipo de escándalo. Él esperaba, como tantos otros, ver la cara de Uma Thurman sometida a un Cumshot o a Stacy Martin crucificada en un feroz Threesome.
Para él lo importante no era que Von Trier hiciera una nueva película, sino que se atreviera a hacer una porno. ¡Ay Dios! Cuánto extrañamos a Ricardo Silva Romero.
Puede ser que a este crítico, debido a su apellido, el antisemitismo rampante del realizador le molestara y mucho. Con una lectura más detenida de sus declaraciones y de lo que dicen sus películas, se daría cuenta de que, tal y como lo aclara Seligman en el filme, en algo que se vio como una especie de disculpa a lo que había dicho en el festival francés unos años atrás, él no era antisemita sino un antisionista y antisionistas sí somos todos aquellos que estamos en contra de cualquier tipo de dominación e imperialismo.
Quiero creer que fue esto lo que motivó al crítico de Semana a darle una lectura tan pobre a la enésima vuelta de tuerca que logra dar Von Trier en la construcción del retrato de la mujer torturada por una sociedad que la desprecia y la aniquila. Joe está en la vertiente no sólo de la Bjork de Bailarina en la oscuridad o la Nicole Kidman de Dogville, sino que su adicción al sexo la convierte en otra mártir del cine escandinavo, y se eleva a la altura que tuvo la sufridísima María Falconetti en la Juana de arco de Carl. T. Dreyer.
Ninfomaniaca lejos de ser una porno, es un feroz manifiesto antisexual. Para Von Trier el sexo es una relación de poder fría y sucia en donde uno tiene el control y el otro es humillado, en donde uno goza y el otro sufre, uno es la presa y el otro el depredador. La pérdida de la virginidad de Joe a manos de Jerome, el amor de su vida, está lejos de tener las connotaciones idílicas que suelen tener estos encuentros. Para el muchacho es más importante complacer a su moto que a la chica que ha venido a su puerta a pedirle que por favor la desvirgue. En la agonía del padre –una agonía cruda, horrorosa, dostoyevskiana- sofocado a causa de los fantasmas que se despiertan en el delirium tremens, desahoga sus intestinos haciendo una especie de liberación. La felicidad que se transluce en su lívido rostro mientras mira a su hija, es una constatación de que está listo para morir. Joe observa cómo una enfermera limpia la mierda de su padre. Inmediatamente después de esta escena, deliberadamente escatológica, pasamos a un plano en donde la muchacha descansa follándose a un enfermero en la morgue. Esto lo hace llorando mientras consigue el décimo noveno orgasmo del día. Queda claro que para el cineasta escandinavo el sexo es una actividad fisiológica tan repugnante como una deposición.
A pesar de esta crudeza Ninfomaniaca tiene momentos de rara belleza, como cuando la pequeña Joe y su padre cierran los ojos para escuchar las hojas de los árboles tocar su extraña música, o en invierno ver a esos mismos árboles, secos, calvos y a la vez sublimes, ya que en esa estación “los árboles muestran su alma”. Igualmente bella es la manera de explicar a partir de la polifonía de una obra de Bach la adicción al sexo de Joe. Este lenguaje es inusual dentro del cine que vemos cada semana en cartelera.
Ante la exhibición de grandeza que ha hecho Lars Von Trier en esta, la última entrega de su trilogía de la depresión, debemos ponernos de rodillas ante este hombre que, como sucedía con Bergman, sus antecedentes no hay que buscarlos en el cine mismo sino en Sade y Dostoyevsky, en Thomas Mann y en Celine.
Por eso tomando algo del humor negro del director (corroído hasta las entrañas), no darse cuenta de que Ninfomaniaca es una obra maestra es no estar ciego, sino parecer frígido ante el buen cine.