En este momento se discute a nivel gubernamental si es pertinente y adecuado, o no, permitir que los niños regresen al colegio. Técnicamente para la toma de decisiones gubernamentales es deseable que estas se hagan con base en la mejor evidencia científica disponible. Para las decisiones sanitarias, como las relacionadas con la pandemia del COVID-19, se podría pensar que existe suficiente conocimiento científico y que las decisiones pueden ser fáciles de tomar con base en el mismo. Sin embargo, la pandemia ha dejado al descubierto la fragilidad de la humanidad, incluida su capacidad para conocer y aprender con la rapidez que la crisis requiere. Se pretende que existan datos científicos producidos desde la salud o la educación que permitan sustentar como adecuada una decisión en cualquier sentido respecto al regreso de los niños a la escuela. Por razones obvias, la triste realidad es que se carece de tal conocimiento. De hecho, los niveles de evidencia de las terapéuticas que se están aplicando para tratar la enfermedad severa por COVID-19 en niños se hace con el mejor conocimiento disponible, que es básicamente el consenso de expertos.
Así, la decisión de permitir o no el ingreso de los niños a la escuela se debe dirimir desde otros soportes. Se sabe con certeza que esta enfermedad es menos severa en los niños. Al 28 de abril, de las 269 muertes por COVID19 en Colombia, dos fueron en niños, uno menor de un mes y el otro de tres años. La enfermedad es poco severa en niños, aunque puede ser más agresiva en los menores de un año, especialmente cuando el niño tiene enfermedades crónicas concurrentes, como cardiopatías, desnutrición, diabetes mellitus tipo 1, drepanocitosis, insuficiencia renal crónica, entre otras. No se sabe exactamente el porqué los niños se enferman menos gravemente. Entonces si es por el riesgo de enfermedad severa, los niños, al menos los mayores de 5 años, durante esta pandemia deberían ir a la escuela. Los más chiquitos, así como los viejos deben quedarse en casa con las medidas de cuidado que conocemos. Ahora bien, si lo que se quiere es que los niños no aumenten el contagio, para proteger a la población adulta y en particular a los adultos mayores, ese es otro enfoque. De otro lado, la cuarentena de los niños ha producido datos interesantes. En pleno pico de las infecciones respiratorias, los servicios de urgencias pediátricas están bastante desocupados y ha bajado la tasa de muerte por infección respiratoria aguda.
Si lo que se trata es del fomento de la salud integral en la niñez, a pesar de las opiniones optimistas e idealizadas que han circulado; los adultos y las familias, incluso en aquellas con mayores recursos personales, educativos, económicos y culturales, pueden estar pasando dificultades para generar entornos relacionales de bienestar para con sus hijos. La combinación de disminución de ingresos, estrés, convivencia en hogares con poco espacio, problemas relacionales previos, las tareas escolares, entre otras, a los cuáles están sometidos los adultos, pueden ser una bomba de tiempo para gran parte de los niños. Por si fuera poco, y compartiendo la misma crisis económica vigente para otros, el sector educativo, particularmente el privado que atiende a los estratos medio y medio bajo, se adentra en una situación crítica que puede destrozar gran parte del soporte educativo, y que es poco probable que pueda ser reemplazado a corto plazo por la educación pública. Entre muchas otras razones, parece lógico que los niños regresen progresiva y secuencialmente a la escuela; aplicando la cuarentena inversa, que consiste en aislar y proteger a las personas de mayor riesgo que estén sanas, como a los viejos y los niños más chiquitos especialmente si tienen enfermedades de base. La escuela por supuesto ya no va a ser la misma, el cambio llegó para quedarse.