Niñas que no envejecen
Opinión

Niñas que no envejecen

Por:
septiembre 26, 2014
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Ha cumplido 100 años Nicanor Parra en Chile. Los tres poetas latinoamericanos de mi adolescencia son (nunca “fueron”) Parra, Paz y Borges. Me defendieron de lo nerudiano que amenaza a todo joven latinoamericano que quiere escribir poesía. Dice la prensa que Parra aún tiene excelente memoria pero prefiere vivir aislado (El País de Cali, 8 de septiembre, 2014). Admiro mucho ese retirarse de la vida. ¡Qué descansada vida/la del que huye del mundanal rüido! escribía hace casi quinientos años Fray Luis de León (rüido con diéresis para que el verso tenga once sílabas aunque ya poco nos importa escribir en endecasílabos).

Quizás el envejecimiento radica por el contrario en no detenerse nunca hasta alcanzar el decaimiento y derrumbe. Un investigador explica: si construimos una casa perfecta no añadimos más ladrillos después de cierto punto. Pero la evolución no ha seleccionado, pues no le importa, un mecanismo para detener en los individuos el continuo crecimiento biológico. En algunos infrecuentes casos sí lo ha hecho (Las niñas que nunca envejecen, BBC Mundo, 8 de septiembre, 2014) Walker el investigador de estas niñas ha llamado a la condición Síndrome X. Las pacientes, todas del género femenino, no evidencian desarrollo biológico constante después de cierto punto ni envejecen, muriendo en infancia detenida. No es una condición envidiable. Es preferible llegar a una edad avanzada como Parra con buena memoria y sin muchas visitas pues como dice Cicerón: Si tienes una biblioteca con jardín, lo tienes todo. Entre esos libros tendría yo: todo Parra, todo Paz y todo Borges. Pero dejando la poesía a un lado es interesante explicar eso de las niñas que no envejecen.

La evolución de la vida ha seleccionado complejos mecanismos moleculares para que crezcamos y nos desarrollemos desde pequeñísimos embriones de pocas células hasta grandes organismos de millones de células distintas. Pero su interés y propósito, si la evolución lo tiene, es que nos reproduzcamos entregando nuestros genes al incierto futuro. Ese incierto futuro (guerras, calentamiento global o el asteroide 2013TV135 que nos pasará muy cerca en el 2036) seleccionará nuestra herencia biológica. La evolución parece solo tener el mismo interés de Dios en el Génesis: “creced, multiplicaos”. Dawkins, célebre agnóstico (TheTelegraph, 24 de febrero, 2012) pensaba un poco como Dios y hablaba del gen egoísta. La evolución procura que repliquemos y repartamos nuestros genes y no se preocupa mucho si después de multiplicarnos seguimos añadiendo ladrillos a nuestro organismo individual, envejeciendo. Supongamos, piensa Walker, que encontremos organismos que después de cierto punto no crecen ni envejecen. Ese es el caso especula de las extrañas niñas que ha estudiado.

Richard Walker en los años sesenta era un hippie más, cuenta él. Pero fue testigo del envejecimiento y decaimiento biológico de sus amados abuelos. Tuvo así una experiencia parecida a la del príncipe Sidarta Gautama quien sorprendido se encontró con un enfermo, un anciano y un cadáver en uno de sus paseos. Si Walker hubiera sido un buen hippie habría leído la novela Siddhartha de Hesse y reconocería esa historia similar del Buda. En todo caso el Señor Buda tomó el camino de la meditación y exploración espiritual llegando a la Iluminación. Walker tomó la vía de la ciencia occidental y se prometió entender el envejecimiento cuando tuviera cuarenta años. Hoy tiene 74 y no ha llegado a comprenderlo del todo pero cree que la clave para hacerlo está en esas tres o cuatro niñas excepcionales que investiga pues no envejecen (Mosaic, 20 de mayo, 2014).

La pregunta fundamental es si envejecemos por diversos factores exógenos o ambientales (alimentación, enfermedades, malos hábitos de vida y otros) o por razones genéticas endógenas. ¿Tenemos una información genética que nos obliga a envejecer? ¿O podemos alcanzar los cien años de vida y más si vivimos bien?

No es una pregunta nueva ni hemos llegado a una respuesta definitiva. Algunos científicos creen que la vejez es la suma de muchas injurias celulares externas. Otros creen que hay un programa genético que nos obliga a envejecer y morir. Estudios recientes con lombrices redondas (Caenorhabditis elegans) parecidas a muchos de nuestros parásitos intestinales y que viven normalmente menos de un mes han encontrado grupos de genes activos en organismos jóvenes en desarrollo reactivados de nuevo paradójicamente al envejecer. Esto sugiere que el desarrollo de un organismo y su senescencia comparten programas genéticos seleccionados por la evolución.

La evolución nos haría crecer, madurar, entregar nuestros genes al futuro, envejecer y morir ineludiblemente. Está en nuestros genes ese destino. Lo que ocurre en las niñas que estudia Walker es un desarrollo detenido y desorganizado por mutaciones del programa genético que nos hace crecer y envejecer. Evidentemente es preferible madurar como individuos organizaditos aunque eso progrese a la vejez y la muerte. La madurez es todo escribía Shakespeare en El rey Lear.

 

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