En Colombia actualmente deben vivir 50 millones de personas, y fuera de ella vivimos más de 6 millones de colombianos. Creo yo que ya está bien de colombianos dentro o fuera del territorio nacional. No es necesario que seamos más, y mucho menos que las encargadas de traer criaturas inocentes al mundo sean mujeres que, a pesar de que ya son maduras sexualmente hablando, no han dejado de ser unas culicagadas irresponsables.
Una niñita de 15 años quien no ha culminado el bachillerato, y quien hace parte de una familia estrato 2, y a quien lo único que le importa es tener las uñas lindas, y quien no puede dejar de ver las telenovelas que transmiten RCN y Caracol, y quien la única responsabilidad que tiene en la vida es no defecarse en su ropa interior, y quien piensa que la vida es como los videos de reguetón que ve con sus amiguitas, por supuesto, no está preparada para mantener a otro ser. Ni siquiera a un perro, gato o planta. Que pueda parir a uno de su propia especie es una cosa, pero que pueda educarlo es otra. Y eso es lo que ella no puede: formarlo. ¿Y su familia? Tampoco, porque como les dije antes, seguramente sus padres viven con dos salarios mínimos y ella tiene a más de un hermanito. En Colombia hay pocos matrimonios que tengan hijos únicos, allá a las mujeres les encanta parir. Una de mis abuelitas, por ejemplo, parió a mi padre y a ocho hermanos más. Y eso que mi abuela paterna era una mujer letrada. ¡Una completa locura!
Algunas de las niñas que quedan embarazadas cuando no están preparadas toman la decisión correcta que es ABORTAR, pero, lamentablemente, no cuentan con el dinero para que un médico en un consultorio pequeñito termine con el proceso de formación del feto. Pero era obvio: si no tienen para un condón jamás van a tener para practicarse un aborto. Cuando deciden que van a tener el bebé, y después de que toda su familia cómplice apruebe el natalicio del menor (usualmente regidos por patrones cristianos), empiezan a inundar las redes sociales con publicaciones acerca de su embarazo. Suben fotos de su barriga, de la ecografía, del baby shower, de la ropa que ese día le regalan, etcétera. Si están estudiando, claramente, dejan de hacerlo. Después de esto, y cuando pasaron 9 meses, en la mayoría de los casos, traen al planeta tierra a un nuevo habitante. Lo bautizan con la bendición de Dios, y el muy desconsiderado ni un paquetico de pañales les envía desde el cielo. Los padres de la niñita, o sea los abuelos del recién nacido, crían al bebé. Posteriormente empiezan a tener trabajitos de medio pelo que, a duras penas, les dejan algo de dinero para que compren ropita para el infante. Y, por último, unos años más adelante, se autodenominan unas verdaderas heroínas por haber sido madres solteras. ¡Qué tal el descaro!
Pero todo sería diferente si dejáramos de mirar con los lentes de Jesucristo el tema del aborto. Lo ideal sería que se pueda practicar libremente, y apoyado por una política pública concreta, para dejar de inundar las calles de nuestra Colombia con niños abandonados. No es justo que por culpa del descontrol sexual de unas adolescentes deban sufrir millones de niños. No apoyar el aborto, como siempre lo he dicho, no es más que maldad inútil y terquedad imbécil.
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