En la panadería Guru’s del barrio La Castellana de Bogotá hay noches en los que se ve a Nicolás Montero departiendo con amigos. Es un tipo abierto, siempre dispuesto a sonreír, a tomarse una selfie. La gente cada vez lo reconoce menos. Hubo una época en donde tenía fulgor de estrella. En el 2012, por ejemplo, hizo llorar a todo un país cuando interpretó a Luis Carlos Galán Sarmiento en la serie Escobar, el Patrón del mal. Pero desde que aceptó en el 2012 reemplazar a Ana Marta Pizarro en la dirección del Teatro Nacional, su vida de actor quedó atrás.
Aún recuerda esa noche, en donde se transformó definitivamente en un gestor cultural enterrando una parte de su espíritu de artista, una decisión que lo llevó una década después a ser el primer secretario de cultura de Bogotá en la Alcaldía de Claudia López. Alejandro Riaño oficiaba de maestro de ceremonias y presentaba la obra dirigida por Pizarro llamada Los cinco entierros de Fernando Pessoa con el que se lanzaba el Festival Iberoaméricano de Bogotá y en un divertido discurso Montero aceptaba la distinción. No era poca cosa.
Con la fundación del Teatro Nacional la argentina Fanny Mikey materializaba su visión del teatro como divertimento masivo, lejos del arte teatro asociado a proyectos políticos, casi siempre de izquierda. Su propuesta pegó tanto que fundó además La Casa del Teatro, y el Teatro de la Castellana, los tres dirigidos por Montero.
Nace el teatro nacional con sus obras para entretener
El 12 de diciembre de 1981, en la calle 71 con carrera 11 en Bogotá, en un viejo local que se conoció como Teatro Chile o Diana, se hizo la primera presentación del Teatro Nacional. La obra se llamó El rehén y estuvo protagonizada por tres leyendas de la actuación, Pepe Sánchez, Luis Eduardo Arango y la propia actriz argentina. Si, después vendría el montaje de ¿Quién le teme a Virginia Wolf? Pero con la fundación de la Casa del Teatro y luego con el teatro de la Castellana se abrió el país a una nueva forma de entretenimiento.
Antes de Mikey el teatro formaba parte de proyectos políticos como Enrique Buenaventura en el TEC de Cali, Santiago García con La Candelaria o ambos cercanos al Partido Comunista o Ricardo Camacho en el Teatro Libre, vinculado al Moir o propuestas más de elite cultural como la de Bernardo Romero Lozano con su teletreatro.
Fanny Mikey aterrizó en Colombia con la experiencia del Café Concierto y los teatros para el gran público de la calle corrientes y se propuso romper con la visión del espectáculo de nicho. Tardaría varias décadas en poder materializar su idea del teatro como espectáculo comercial para todos los públicos capaz de sostenerse y ser un buen negocio.
Montero, un actor, pero también un gestor cultural
A principios de los ochenta Nicolás Montero ni siquiera soñaba con ser actor. Lo que le gustaba en la vida era leer y disfrutar como buen hincha de Millonarios. Su familia vivía en una casa, en el barrio Nicolás de Federman, muy cerca del estadio El Campín. Entonces se acostumbró a ver a los hinchas entrar al estadio y prefirió el azul que el rojo.
Su mamá, María Consuelo, le decía que tenía que ir a la universidad a estudiar una de aquellas carreras que le aseguraban un futuro tranquilo, pero Montero se fue por otro lado y casi que en un acto de rebeldías se matriculó en Los Andes a estudiar Antropología.
En la universidad quería hacer cualquier cosa menos estudiar. Así que se inscribió en el grupo de teatro y se conectó bien con su director Ricardo Camacho. Lo invitó a entrar al Teatro Libre, dirigido por él y empezó una pasión que nunca pudo parar. Cuando debutó en televisión lo hizo con más de treinta años y de la mano de la mejor: Mónica Agudelo, una gran libretista que murió prematuramente. Debutó en la telenovela Sueños y espejos, la historia de un periodista que se arriesgaba siendo lo más honesto posible intentando cambiar la historia del país.
Montero sabe disfrutar la vida y se la gozado. Desde esa época le encanta la salsa. El lugar de encuentro era Sinfonía, localizado en la avenida Caracas. Fue mucho lo que bailó allí hasta el amanecer. Pero eso también es asunto del pasado como sus actuaciones.
Escogió el camino de la administración cultural. Fue el primer secretario de Cultura de la alcaldesa Claudia López, quien lo nombró en el 2020, cargo en el que llevaba no más de tres meses cuando estalló la pandemia. Intentó mover proyectos en medio de circunstancias tan difíciles cuando los espectáculos estaban prohibidos. Armó la Red Distrital de Distritos Creativos y Bogotá Es Cultura Local, para apoyar a las agrupaciones y microempresas del sector, buscando darles un salvavidas para contrarrestar los efectos de la pandemia. Pero lo suyo no era la política.
Concluido su periplo en el Distrito retomó la dirección creativa del Teatro Nacional La Castellana que vive un nuevo periodo de esplendor. De martes a sábado las colas son interminables. En este momento están presentando El Método, una obra protagonizada por Chichila Navia y Rafael Novoa que ha sido un hit. Y uno de los pocos momentos de tranquilidad que tiene Montero es cuando va a la panadería vecina del Teatro, se toma un café y mira una fila que casi siempre es kilométrica.
Hace una pausa y espera. Algo que saber hacer y que le sirvió, para regresar con tranquilidad a retomar la ruta con la que Fanny Mickey con sus 3 teatros y el Festival Internacional de teatro cambió la visión de este espectáculo que aprendió la gente a disfrutar.