"El mago hizo un gesto y desapareció el hambre, hizo otro gesto y desapareció la injusticia, hizo otro gesto y se acabó la guerra. El político hizo un gesto y desapareció el mago" (Woody Allen).
Nicolás Maduro es un gobernante coherente: ama tanto a los pobres que los ha multiplicado por más de tres durante su gobierno. Cabe recordar que al inicio de su mandato (2013) el porcentaje de hogares en situación de pobreza por ingresos monetarios (población pobre y en miseria) era del 27%, según reportes del propio Instituto Nacional de Estadística (INE).
Ahora bien, para observar la situación social en Venezuela frente a la opacidad, confianza en la información e interrupción en la publicación de reportes con información estadística por parte del gobierno, la Universidad Católica Andrés Bello y el Instituto de Estudios de Investigaciones Económicas y Sociales, con muchas limitaciones, han realizado la Encuesta Nacional de Condiciones de Vida de la Población Venezolana (Encovi) desde el 2015.
Veamos qué nos dicen sus resultados. Para el 2015, el número de hogares en situación de pobreza llegó a la sorprendente cifra del 73%; en 2017, al 82%; y en 2019, al 96%. Es admirable la eficacia del gobierno venezolano para pasar del 23% de pobres extremos en 2014 al 79.3% en el 2019, ¿no?
Por otro lado, la mortalidad infantil es un indicador resumen de las condiciones de vida de un país. Así pues, para el 2019, la tasa de mortalidad infantil medida como el número de niños nacidos vivos que mueren antes de cumplir un año fue de 26, similar a la de 1985; lo cual indica que un retroceso de 35 años en los accesos a servicios de salud, nutrición y saneamiento básico. Hoy solamente el 25% de los hogares en Venezuela disponen de agua potable todos los días y el 23% no lo tienen.
Maduro es una caricatura inversa de Midas, el rey de Frigia, que llevó a esta nación a dominar toda Asia Menor y a tal esplendor que su fama llegó a los griegos y lo convirtieron en mito: todo lo que tocaba lo convertía en oro.
¿En que convierten todo lo que tocan Maduro y el socialismo del siglo XXI en su versión impulsada por Hugo Chávez? La respuesta la saben mejor los venezolanos y la sufren día a día.
La inflación es tan letal como la infección del COVID-19 para la población mayor de sesenta años y con enfermedades preexistentes. Multiplica la pobreza, destruye la economía y genera incertidumbre en productores y consumidores. ¿Qué ha pasado en Venezuela en los últimos años, según datos del propio Banco Central de Venezuela? Para el año corrido entre agosto de 2015 a agosto de 2016, la inflación llegó al 675%. Y entre el 2016 a abril del 2019 la inflación fue de 53'798.500%. Cifra difícil de leer e inverosímil.
Además, hay un proceso de destrucción sistemática de las capacidades productivas a partir de 2005, lo cual se hace crítico desde el 2014. La economía cayó en -39% en 2019 frente al año anterior. Su efecto político, entre otros, es la pulverización de la cohesión social y la pérdida de talento humano construido durante los sesenta años de bonanza petrolera.
El régimen tiene muchas capacidades admirables; una de ellas es la haberle apretado el pescuezo a la gallina de los huevos de oro. El petróleo ha sido y es la joya de los venezolanos. Bendición y maldición a la vez. El país tiene las reservas petroleras probadas más grandes del mundo. De hecho, la transformación social y económica de Venezuela desde los años 40 hasta el 2010 se debió al petróleo, pero también ha padecido crisis sociales y políticas cuando los precios se deprimen.
En 1998 la producción diaria fue de 3.1 millones de barriles; para finales de 2015 cayó a 2.6; a mediados del 2018 se estimó en 1.4 y para octubre de 2020 en 334.000 barriles. ¿Y a qué se debió la contracción en la producción? A la pésima gestión de la petrolera estatal PDVSA después de la larga huelga que culminó en febrero de 2003, cuyo efecto fue la expulsión de cuadros directivos, un número muy importante de ingenieros y técnicos con la experiencia y el conocimiento en la gestión administrativa, exploración, mantenimiento de pozos, extracción, transporte de crudos, refinación y en la pérdida de confianza con los proveedores de servicios especializados por incumplimiento de pagos. Esta situación combinada con la obsolescencia de las refinerías por falta de mantenimiento por parte del gobierno y la caída de los precios es un verdadero desastre y evidencia de la incapacidad sospechosa del régimen.
Desde hace dos años el país presenta desabastecimiento de gasolina y están desmantelando refinerías para vender el metal como chatarra en los mercados internacionales. Lo que está ocurriendo parece un relato de ciencia ficción.
La situación actual en el flujo de caja del gobierno depende de créditos externos de corto plazo, respaldados en crudo y amortizados día a día a través de la producción petrolera, realizada esencialmente por compañías de los países acreedores como Rusia y china, entre otros.
La situación es tan crítica en la provisión de alimentos, suministros médicos, medicamentos, coberturas en los esquemas básicos de vacunación con brotes de sarampión y difteria, que bajo la presión de los organismos internacionales, el gobierno de Maduro, declaró la emergencia humanitaria en Venezuela a mediados del 2019. Sobre lo que está pasando por la pandemia del COVID-19 y sus efectos sociales y económicos es un misterio.
Por supuesto estos son asuntos complejos y parecen incomprensibles para el régimen que se aferra al poder. Frente al caos, las alternativas de solución propuestos por una oposición fragmentada y por el gobierno paralelo montado por los Estados Unidos, parecen no viables y a conducir a un mayor sufrimiento del pueblo venezolano.