No voy a escribir de la muerte de Nicanor Restrepo Santamaría. De la honda lastimadura de su muerte.
No.
Voy a compartir la gratitud del corazón y la memoria por esa vida vivida y compartida en olor de humanismo, nobleza, sencillez y firmeza, que fue la suya.
Por la vida frugal, vivida y compartida con la sabiduría de un “hombre de la tribu”.
Al que ningún augur predijo su destino. Ni el vuelo de un ave le trazó los caminos de la buena fortuna que su proyecto de vida construía todos los días.
Plena de humildad y grandeza humana fue esa vida; ajena por convicción y principios a aquellas banalidades en las que, a no pocos, suele confundir esa buena fortuna del poder y la riqueza en sus múltiples y variadas formas.
En la de Nicanor Restrepo Santamaría, jamás asomó la falsa lumbre de la arrogancia en la que podía devenir el poder que poseyó y sobrellevó sin artificiosas posturas; sin el vano engreimiento de hacerlo notar o de imponerlo.
Nunca se jactó de ser un hombre poderoso y con poder. Y si alguna vez hizo de esa fuerza inconmensurable, de magnitud impredecible, razón de alguna decisión suya provenida de aquel, fue para el fin trascendente de servir causas del más alto interés del colectivo humano.
Nunca para derivarla en provecho personal. O por la frivolidad del poder para hacerse notar.
Bástenos entreverlo en la cruzada por la paz de su país, de Colombia; entregado a su causa, con vocación de misionero, por encima de las lindes ideológicas o partidistas que pudieren sustraerlo de un servicio que en él adquiría la condición de imperativo categórico. De deber ser por su Colombia sentida.
Una inteligencia superior conjugó en Nicanor Restrepo Santamaría, en todos los tiempos y modos, la acción. Un hacer permanente, dialéctico, apalancado en la ética; en la firmeza de sus convicciones y credo; en la serena, incontestable postura, de avanzar en las dinámicas sociales, económicas, políticas, pero sobre todo humanas, de una sociedad apabullada por los avatares de la desigualdad, la guerra, la corrupción.
Del dejar hacer, dejar pasar, moral.
Ese estado de Colombia lo afligía y conturbaba, pero no le doblegaba la expectación del alumbramiento de un nuevo país; de una nación más prospera y más incluyente.
Y en ese propósito conjugaba en presente su proyecto de vida; el destino manifiesto de la acción; el construir nación en ese suelo quebradizo y deleznable que somos.
Adelantado de la modernidad en cuanto ella implica desarrollo, progreso y crecimiento en todas las variables que hacen posible ese estadio de la sociedad, fue Nicanor Restrepo Santamaría emprendedor visionario y promotor irrevocable de cruzadas empresariales que hoy contribuyen, decisiva y efectivamente, en el promisorio fin de nuestra modernidad.
Igual que lo hizo, sin claudicaciones ni reparos, en la consolidación del destino de grandeza que la historia nos impone y por el que Colombia clama de todos sin regateos ni mezquindades.
Humano todo, soñador que supo soñar su sueño, no alcanzó el estadio superior de una vejez que, con delectación de artista, edificaba a diario en su atelier de aprendizaje de vida, al lado de Clara, construyendo, soñando sus sueños.
Acoja nuestra historia, como su más firme constructor, a Nicanor Restrepo Santamaría el humanista, el emprendedor visionario, el maestro de vida, el hombre cabal y recto.
Al hombre que supo soñar sus sueños hasta el último instante de su vida de grandeza y humildad.
Poeta
@CristoGarciaTap
