Ni yo, ni tú, ni nadie
Opinión

Ni yo, ni tú, ni nadie

Se nos impone a América Latina que las armas nucleares regresen a negociación y se den plazos que sí se cumplan para que la humanidad renuncie a autodestruirse

Por:
noviembre 13, 2024
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La Navidad pasada mi hermana me regaló un libro en el que se ilustra, con dibujos de colores, el clásico de Cat Stevens, Peace Train. No existe ni una sola razón que justifique que una nación, cualquiera que sea, por ningún motivo, nunca, pueda acabar con la vida que existe en todo el planeta. Ninguna.

Pero las discusiones entre ideologías, las riñas por los espacios locales, la mezquindad de los nacionalismos y otras nimiedades de esa naturaleza nos llenan tanto la agenda diaria de discusión, que olvidamos temas y retos que, como seres humanos, no deberíamos aceptar jamás. Lograr un mundo sin armas nucleares y que nadie, ninguno, jamás tenga la capacidad de terminar con la humanidad es uno de esos.

Hace tanto como desde 1968 se firmó el Tratado de No Proliferación Nuclear. Desde el inicio debió ser muy sospechoso que lo firmaran, precisamente, los países que ya eran nucleares, pues en ese acuerdo los firmantes se autoasignaron la posibilidad de conservar sus capacidades de muerte, con una mentira sobre que las reducirían. Falso. Hoy, según los datos de National Geographic, casi 60 años después, esas mismas cinco naciones pueden matar todo lo viviente que hay en el planeta Tierra. Ciertamente, una sola ojiva nuclear tiene el poder de destruir una ciudad completa, y Estados Unidos posee 5.244 ojivas, Rusia 5.900, China 410, Francia 290 y el Reino Unido 225 ojivas. Ningún avance por ahí.

Pero empeoramos. Como a esos países nadie les cree que reducirán su capacidad de matar, con distintas e imbéciles excusas, en este lapso se han subido al tren de la destrucción: India, que tiene 170 ojivas; Pakistán, con 180 ojivas; Israel, con 90 ojivas; y la joyita del barrio, Corea del Norte, con 50 ojivas.

Y, para colmo, 80 países diferentes de esos que sí tienen armas nucleares han suscrito el Tratado sobre la Prohibición de Armas Nucleares.

Si no fuera por lo dramático y aterrador, la ironía que nos deja ese medio siglo sería para risa:

Cinco países que tenían armas mienten sobre que se desharán de ellas y se siguen armando. Un puñado más hace conejo a lo que se pretende y desarrolla las bombas. Y, para rematar, los que no tienen capacidad nuclear y serían víctimas inermes se obligan a sí mismos a no tenerlas nunca, con lo cual su capacidad de negociar y presionar para que sí se destruya el arsenal se reduce a cero.


Cinco países que tenían armas mienten sobre que se desharán de ellas y se siguen armando


Me resisto a resignarnos. Los seres humanos somos mejores que eso. Los buenos y quienes creemos en la paz y en las maneras no homicidas de resolver las diferencias somos más, muchos más.

Es preciso que, en consecuencia, presionemos, cada uno en su ámbito, para que el tema del desarme mundial vuelva a la agenda, que se cuestione el estado de cosas y que nuestros líderes asuman el compromiso.

Como no hay en el listado de los países con arsenales nucleares ni uno solo de América Latina, estaríamos más que legitimados para liderar el movimiento. Pero, más allá, esa condición nos pone, además, en una gran desventaja en el ámbito geopolítico, así que, aún desde una óptica no altruista, se nos impone como continente que el tópico regrese a las mesas de negociación y se den plazos que sí se cumplan para que la humanidad renuncie a autodestruirse.

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