Ni una muerte más por las Corralejas

Ni una muerte más por las Corralejas

Hay argumentos tanto de unos y otros: los defensores quieren “proteger” las festivas tradiciones, mientras que en el otro andén va contra el maltrato animal

Por: Wilfrido Jiménez Díaz
julio 15, 2022
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Ni una muerte más por las Corralejas

Con los lamentables y luctuosos acontecimientos acaecidos en el municipio de El Espinal (Tolima), con la caída de ocho Palcos, de los cuarenta y cuatro que conformaban la Corraleja y que arroja hasta el momento cuatro muertos y más de trescientos heridos, se pone sobre el escritorio la controversial discusión sobre la validez o no de la realización de Las Fiestas de Corralejas en Colombia, debate originado desde aquel 20 de enero de 1980, cuando un tendido de la artesanal estructura se vino al suelo en la Plaza Hermógenes Cumplido de la ciudad de Sincelejo que dejó un tanto de quinientos muertos y más de dos mil heridos.

Pero asombran los contenidos de los argumentos de unos y otros: los defensores, por ejemplo, hilvanan su perístasis con el sensible discurso de “proteger” “nuestras” festivas tradiciones culturales, mientras que en el otro andén impugnan esa tesis, replicando que en estos escenarios se estimula el maltrato animal.

Poco se habla de la verdadera razón feudal de esta vergonzante diversión al estilo del Circo Romano. Y digo esto porque en el fondo de esta treta, la euforia de los que desde la “comodidad” de “Los Palcos”, motivada con las alegres notas de porros y fandangos de las más reconocidas Bandas de la región y estimulada con los mejores wiskis, rones, aguardientes y cervezas a su disposición, es la tragedia de una muchedumbre de nuestro pobre pueblo marginado y manipulado con pétalos de ignorancia y de una falsa valentía machista que como el Mico llega al extremo de realizar cualquier pirueta para hacerse notar, sin importarle el inminente riesgo de muerte a que se expone.

Por ejemplo: cuando el toro, después de tantas banderillas que adornan su dolor y las contundentes heridas producidas por las garrochas, se torna agresivo y violentamente asesino, los “Señores” elegantemente vestidos y perfumados que disfrutan en “Los Palcos”, arrojan junto al toro, dulces, monedas y billetes de mínimo valor, para que la mendicidad trasgreda el peligro y cuando el cornúpeta logra alcanzar a un desventurado sin nombre y sin apellido y descarga sobre él toda su venganza a punta de cornadas y pisones, explota el júbilo desenfrenado con gritos, hurras al astado; el éxtasis es contagiante y los tragos son dobles. Se cuelgan de los emparapetados techos de la estructura taurina, hasta que las débiles láminas de zinc que sirven para dar algo de sombra, expulsan su alarido de complicidad indolente.

Para concluir esta nota, parafraseando al gran cantautor Pablo Milanés, “En estas vetustas Fiestas, la vida no vale nada”, ni la del toro, ni la del indefenso pelele, quien, en últimas, es el que le brinda con su desgracia, la macabra diversión de los que defienden “la tradición cultural”. Así lo confirman los corralejeros de verdá verdá: “Esta Corraleja sí que estuvo mala… No hubo muertos”.

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