Por más que le imputen a Adam Smith ser el padre, o el gestor, de las ideas capitalistas, el capitalismo existe desde que la humanidad resolvió tomar la producción de bienes como uno de los fundamentos de su progreso y no al individuo y su felicidad; lo cual viene sucediendo desde mucho antes de que este plasmara, en sus escritos, esas teorías y sus opiniones, ya que es bien conocido que las monarquías, reinos o Estados desde el pasado han tenido en la acumulación de la riqueza el argumento principal de su desarrollo.
Por eso, cuando el 5 de mayo se cumplen los 200 años de la publicación del libro El Capital, escrito por Carlos Marx, en el que se critican las consecuencias del mal uso y empleo del capitalismo, se sigue evidenciando con mayor claridad que las diferencias y matices en las dos teorías económicas se generan por los estilos o modelos con que se han estado aplicando.
Sin embargo, los mayores problemas se ocasionan por la continua personalización que se ha estado haciendo de los gobernantes que deciden utilizarlas, produciendo con ello unos conflictos filosóficos que son totalmente falsos, porque lo que viene fallando, desde el comienzo de las cosas, no son estas teorías económicas, sino que han sido las maneras o formas individuales de no entender las consecuencias que se derivan de aplicarlas mal.
Por ello, ni el capitalismo ni el comunismo son malos por ser teorías, son las percepciones de sus consecuencias las que nos remiten a considerarlos buenos o malos, según la experiencia de quien quiso aplicarlas.
Así pues, han sido las visiones de los poderosos, donde ninguno de ellos hasta ahora ha sido comunista, las que han propagado esta versión, sin analizar o considerar la humanidad como un conjunto de comunidades, que cualesquiera de las dos visiones logran funcionar a cabalidad cuando tienen al individuo como el objetivo central de su teoría.
Con esta maliciosa condición se viene sosteniendo una guerra de mentiras con el único fin de mantener lo establecido, el statu quo, provocando así, cada día que pasa, la sensación de que la cooperación, la asociación, la socialización o el comunismo son malos por sí o que el capitalismo no puede llegar a ser beneficamente social si se lograra restringir o controlar que los pocos ricos se queden con todo o al tratar de distribuir mejor la riqueza, al ponerle límites a esos poderosos.
Ante esta evidencia, de un mundo en descontrol, si la humanidad lograra conjuntarse lograría poder hacer realidad lo que en esas filosofías económicas son simplemente teorías.