Sí, es cierto; ni en su peor pesadilla alguien se hubiera podido imaginar una crisis igual a la que se vive actualmente, cuando la vida de todos y cada uno de la mayoría de los habitantes de este planeta está sometida a riesgos. El contagio de virus aun misterioso, la muerte en condiciones dolorosas no solo físicas sino emocionales; la ruina o el hambre. Ante esta realidad innegable que lejos de resolverse empeora, la presión que están sintiendo quienes tienen la responsabilidad de responder por la situación de millones de ciudadanos es inimaginable. Eso lo debemos entender todos.
Sin embargo, todo tiene su límite, y guardadas las proporciones, la verdad es que nadie está tranquilo en estos momentos, y menos en nuestro país lleno de viejos y nuevos dramas. Lo que menos necesita la tragedia personal de la gran mayoría es agregarle elementos de discordia. La realidad de Colombia hoy es muy dura porque no solo vivimos la pandemia. Ante la indiferencia del gobierno, no cesa el asesinato de líderes, y nadie entiende por qué no paran. A esto se agrega la mezcla perversa de actos violentos de la guerrilla, los narcos, los delincuentes, y los paras de distinto calibre. Además, los graves desbalances sociales que permitimos y aceptamos por décadas, hoy muestran la cara de miseria y dolor que los distintos niveles del Estado no tienen la capacidad real de atender.
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Ratas de alcantarilla no es la forma de descalificar aún a quienes se lo puedan merecer, porque existe la justicia, y finalmente, la cárcel
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Es decir, vivimos momentos caóticos, dolorosos y sin un norte claro que pueda calmar los ánimos de la población. Esta es la oportunidad de llamar a la serenidad de quienes están a la cabeza de las grandes decisiones. Por lo mismo, no se puede dejar pasar el manejo del lenguaje que utilizan muchos de quienes están dirigiendo la situación, empezando por el presidente Duque. Entendemos la desesperación por el robo descarado de los recursos públicos en semejante momento, porque deja ver la mezquindad de muchos llamados a colaborar en medio de esta dura crisis. Pero llamarlos ratas de alcantarilla no es la forma de expresar esta tremenda frustración, entendible pero que no se soluciona con este tipo de expresiones. Luz verde a esa forma de descalificar aún a quienes se lo puedan merecer, no es la vía porque existe la justicia, y finalmente, la cárcel cuando queden comprobados estos atracos en momentos cuando se vive semejante drama social y económico. Hacer efectivos estos últimos es lo que corresponde. Insultos, vengan de donde vengan, autorizan formas de violencia que ya se están generando contra los médicos, enfermeras, e inclusive contra los odontólogos.
Vampiros tampoco es aceptable; la otra expresión usada por el presidente Duque para culpar a los bancos. Si cree que esas instituciones no están cumpliendo con su deber de apoyar oportunamente a quienes lo requieren, hacerles un llamado de atención es absolutamente válido. La forma es citar a sus cabezas para que den explicaciones; escuchar sus razones, y si no se consideran válidas, utilizar los mecanismos como los que tiene la Superintendencia Financiera para acelerar los préstamos, y en general, y lograr una mayor diligencia con sus clientes en estos momentos. Esa es sin duda la manera. Pero llamarlos vampiros contribuye a incendiar a una sociedad que ya está en pie de guerra.
Si bien no es el único, el lenguaje coloquial que con frecuencia usa el presidente Duque para acercarse al colombiano de a pie no es el adecuado cuando se llega a este tipo de expresiones, a esta forma agresiva de descalificar a individuos o instituciones. Violencia en el lenguaje es lo que menos requiere una sociedad que sí demanda diligencia por parte de las autoridades. Firmeza es la alternativa, seguida de eficiencia, porque los solos anuncios de medidas no son suficientes. Y que quede claro, la dureza en el lenguaje no sustituye la eficiencia en la ejecución de medidas.
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