Hace dos años, en una visita por la zona de Las Lobas, me vi con el maestro Ángel María Villafañe. Llegué a su casa muy temprano y lo encontré recostado en su mecedora, acompañado de una perra de pelos largos y amarrillos.
Me presenté y comencé a hablar con él sobre sus composiciones, sus trabajos en calabazo, sus disfraces de carnaval y las esculturas en cemento y hierro que tenía en la puerta de entrada a su casa. Luego de unos minutos de conversación. Me miró como intentando hallar en mi rostro alguna respuesta, fue cuando le pregunté que si pasaba algo… o algo estaba mal.
Apartó su mirada, dibujó con los dedos de sus pies descalzos unas rayas sobre el piso de arena que enchapa su casa y me dijo con una inocente serenidad: “Es que yo aquí respondiéndole sus preguntas sin saber quién es usted”.
Dije mi nombre y de la manera más serena le dije que estaba “investigando por la zona”. Se levantó, caminó con lentitud hasta la cocina, regresó un poco alterado, se paró al lado de su mecedora, y dijo: “Carajo… ¿qué es lo que investiga usted… para qué investiga usted… por qué investiga usted?”.
Ante su reacción, le pedí que volviera a la mecedora, pero se alteró más. Caminó hasta su patio y fue allí donde le expliqué que estaba en la zona para entrevistarme con gente del folclor como Delsy Gil de San Martín de Loba, y escribir sobre la cultura de la región. Me miró con alivio, volvió a su mecedora y me hablo con una tranquilidad paternal: “Vea, si usted no quiere problemas, no vuelva a decir que es investigador, por aquí y como están las cosas… carajo… mejor diga que está de visita… conociendo, de paseo, pero ni de funda ‘investigador’”.
En otra ocasión, en compañía de algunos estudiantes, estuve en El Piñal, en cercanías del municipio de Ovejas, Sucre, para entrevistar a Félix Contreras, uno de los más grandes intérpretes de la gaita corta de la zona. En medio de la grabación algunos de los estudiantes comenzaron a llamarme “profe”. “Profe, hagamos unas tomas de la casa”, “Profe, hagamos unas imágenes de su sembrado de maíz”; “Profe, qué tal si le grabamos un tema completo”… “Profe…” “Profe…” y “Profe…”
Recuerdo que una de las hijas del maestro, me llamó aparte y me dijo: “Y no será que esos muchachos lo pueden llamar de otra manera, por ejemplo amigo, señor o tío, pero que no le digan profe”. Le pedí que me explicara las razones y ella puso ciertas evasivas como: “Es que así es mejor” o “dígale que lo no lo llamen así y punto”. Le insistí ante la vaguedad de sus respuestas, hasta me dijo, reclamando mi inocencia: “¿Es que acaso usted no sabe a cuántos alias el Profe han matado por esta zona y en la región?”. Me disculpé por mi falta de conocimiento, por mi falta de sensatez y pedí, de inmediato, a todos que me llamaran simplemente tío. Los muchachos quedaron confundidos, pero cumplieron.
Tanto Villafañe, como la hija del maestro Félix Contreras, saben que en sus territorios, golpeados por el conflicto, el lenguaje es de otra manera. Hablar puede ser letal para aquel que se exprese sin conocer los contextos ni las historias ni los hechos que han generado cambios en la manera de vivir y relacionarnos.
Ni profe ni investigador… por supuesto. En un par de instantes, fui despojado de dos títulos que eran motivo de reconocimiento y aceptación. Comprendí que la violencia ha venido acabando tanto vidas como palabras, pero también costumbres y prácticas culturales. Imaginé entonces un cementerio de palabras muertas que es posible que resuciten cuando también la paz lo haga, me refiero, por supuesto, no al proceso, nada más a la palabra.
