La semana pasada el país se escandalizó con la intervención en tarima del senador Musa Besaile, en Tuchín, Córdoba. Incluso yo mismo hice una serie de comentarios al respecto en redes sociales, todos orientados desde mi visión irónica y ridiculizante de la política de esta región del país.
No me sorprendieron las palabras de la prensa cachaca en la que trataron como repugnante la intervención del senador Besaile y mostraron a la aspirante a la Alcaldía de Tuchín, Noris Hernández, como víctima. En últimas, nuestra prensa nacional poco sabe sobre la política en Córdoba, sobre lo miserable que podemos ser cuando se trata de ganar una alcaldía o un puesto en el concejo del pueblo más recóndito del Caribe.
Lo que realmente me sorprendió fue la posición de mis paisanos que aceptaron la victimización de “la Maluca” que la prensa nos propuso desde el mismo día que se reveló la noticia. Y se quedaron solo con ese lado de la verdad.
Todos dieron por sentado, desde el momento en que el Negro Vícto compartió el video en Twitter, que la de Musa era una actitud atrabiliaria propia de un politiquero con espíritu de gamonal decimonónico, un turco hijo de puta que buscaba vituperar a una representante indefensa de lo más prístino y hermoso que tiene el departamento de Córdoba.
Lo que se puso en juego en esos días en la prensa colombiana es lo que Enrique Dusell denomina doble marginación: a Noris Hernández, Musa la ofendió por mujer y por indígena. Y esto, aunque cierto, tiene unas aristas que deben analizarse a la luz del debate político en Córdoba.
Claro que Musa Besaile, eterno convidado de piedra en los debates importantes del Congreso, metió la pata. Claro que la suya fue una actitud sexista y ofensiva. Pero no por ello debemos considerar que Noris Hernández es una víctima de todo el juego político de Córdoba.
Los que aceptaron la realidad sesgada que nos propuso la prensa no se preguntaron por qué una mujer de la etnia Zenú estaba inscrita como candidata por el Partido Conservador —acaso el partido que históricamente le ha hecho más daño a las comunidades indígenas de este país (por citar un ejemplo, recuerden la dañina hegemonía de los Valencia en el Cauca) —y no por el MAIS, el AICO o cualquier otra colectividad que represente minorías étnicas.
Nadie se preguntó quién está detrás de la candidatura de doña Noris Hernandez. Ignora la mayor parte de la prensa nacional y la opinión pública que Tuchín es tierra de Pedro Pestana y de su hermana Yamina, actual senadora de la República elegida por el mismo Partido Conservador que hoy apoya a doña Noris.
Pedro Pestana es recordado por que en el pasado reciente fue investigado por nexos con paramilitares del Bloque Héroes de Montes de María y condenado por parapolítica, como lo reveló un informe de La silla vacía. Pero invocando una sentencia de la Corte Constitucional, y aprovechando su filiación étnica, pidió pagar su condena en una improvisada cárcel con nombre pomposo —Centro de Arrepentimiento y Resocialización ‘Cacique Mexión’— en zona rural entre Tuchín y San Andrés de Sotavento, en Córdoba.
Tampoco nadie se preguntó quién es el actual alcalde de Tuchín y qué hace Musa Besaile en territorio eminentemente indígena. Doña Noris aspira a reemplazar a Eligio Pestana, el otro hermano de Pedro y Yamina. Y Musa desde hace años pelea por quedarse con otra alcaldía que le asegure cuatro años más de silencio interesado en el Congreso.
Nadie sabe tampoco que el cabildo que representa lo más puro y bello de esta región es, además de cabildo indígena, un fortín político del que recientemente La Razón Caribe dijo que una de sus múltiples asociaciones estaba haciendo presión y chantaje sobre estudiantes becados para que votaran por un candidato al concejo de Sahagún, irónicamente tierra de Musa Besaile.
No señor, no es este un capítulo más de la historia colonial de Colombia en la que el extranjero invasor es el malo y el nativo, la víctima. Lo que se vivió en Córdoba en los últimos días es una muestra más de lo miserable que es la política regional. Cuando de tener el poder se trata aquí no hay criollos, turcos o indios. Aquí, como en el poema Egalité de José Asunción Silva, todos sin excepción son el mismo animal.