Cuando uno llega Barrancas, después de pasar por Fonseca, se ven las montañas como fondo a un paisaje lleno de los plantíos de palma africana que se han sembrado en la inmensa finca que tiene el ex gobernador de la Guajira Kiko Gómez, condenado a 50 años de cárcel por haber asesinado, por lo menos, a ocho personas.
-Esas no son montañas, esos son los escombros que deja la minera que está sacando carbón.
Es que en Barrancas todo tiene que ver con explotación minera. Los restaurantes se llaman La carbonera, los buses, Extracción. Por eso sorprenden los palacetes que hay en la entrada, los clubes sociales de instalaciones imperiales y las vías sólidas y sin hueco que envidiarían muchos barrios en Bogotá.
Pero el orgullo máximo de esta tierra es Luis Díaz. Desde Bogotá se tejió una historia de miseria y hambre sobre la figura rutilante del Liverpool inglés. Nada de esto es cierto. Díaz creció en un barrio de clase media llamado Lleras amparado por don Jacob Díaz, su abuelo, contador público y jubilado que jamás dejó que ni a Lucho ni a su familia le faltaran los tres golpes diarios de comida.
La casa queda sobre la vía principal del pueblo, frente a una cancha de fútbol en donde su papá. Luis Manuel Díaz, puso una exitosa escuela de fútbol y en donde Lucho hizo sus primeros goles. Ahora la alcaldía le metió mano a la destartalada cancha y está construyendo un ampuloso complejo deportivo que llevará el nombre del jugador. Es un miércoles en las tardes y dos tías del crack están afuera de la casa esperando que llegue un taxi. Lucen elegantes, altas y espigadas y al vernos llegar del auto sonríen con resignación. Como si se tratara de un sitio turístico la casa se convirtió en un lugar de peregrinación para los seguidores de la selección Colombia que quieren tomarse una foto frente al mural con la figura del goleador. Los niños juegan sobre un costado de la calle banquitas. Son vecinos de los Díaz y todos sueñan con que algo de su magia les llegue a sus piernas.
Don Jacob tiene 85 años, pero su estructura ósea es tan firme como una pequeña torre Eiffel. Con orgullo dice que Lucho lo llama cada vez que va a jugar un partido importante. El único problema que tiene es en sus oídos. Para poder escuchar nuestras preguntas don Jacob se vale de un auricular especial. La casa está llena de sus nietos de todas las edades y aunque se nota que se le han hecho refracciones importantes, producto de la prosperidad económica de Luis, sigue siendo la misma que compró con sus ahorros en 1995.
Luis Diaz descubrió que corría como el viento a los 7 años. Con sus amigos de la primaria del colegio Institución Educativa Remedios Solano jugaban al ring-ring corre corre, es decir, a tocar el timbre de los vecinos y salir corriendo. Nadie, por más embejucado que estuviera, podía alcanzar a Lucho. Por esa época era una fuerza de las naturales que, después de ir a estudiar, se jugaba cinco partidos al día, jugaba al trompo, al boliche y al escondite. Eso sí, nadie recuerda que le hubieran podido sacar el balón mientras jugaba al fútbol. La tenía pegada al pie.
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En Lleras Luchito fue seleccionado para participar en una Copa América indígena. De acá el mito ese de que él es completamente Wayuu. Su papá lleva la sangre de la etnia más conocida en La Guajira, pero es bastante impreciso ubicar en qué consiste esta descendencia. Nunca aguantó hambre y don Jacob se lometa un poco al enterarse de que en Bogotá se propagó esa noticia. Bastante trabajo le costó levantarse todos los días desde las cuatro de la mañana para que nada faltase en su casa.
Pero la narrativa se fue por otro lado y eso en el fondo no le importa. Bogotá igual queda muy lejos y desde que la gente en Barrancas sepa la verdad Don Jacob estará tranquilo, sacando su mecedora al garaje de su casa y contemplando el atardecer guajiro y el mural de su nieto, el mismo en el que un par de rolos despistados nos tomamos una foto para subir al Instagram.
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