No vi el primer tiempo del Barcelona vs Roma. Creí que ya estaba acabada, muerta la serie. Barcelona había goleado cuatro goles por uno a su rival. Creí que era más factible que el Manchester City, del adorado Guardiola, pudiera remontar. Y así parecía. En el primer tiempo en Manchester los azules fueron una aplanadora que exorcizó a los diablos Rojos. Se fueron arriba muy temprano y el árbitro incluso les anuló un gol legítimo por un supuesto fuera del lugar. En el entretiempo entré a Marca para ver como estaba el Roma-Barcelona. No, Barsa perdía 1-0 con gol tempranero de Dzeko. En el segundo tiempo, seguro, Barcelona pondría las cosas en su lugar.
Seguí viendo al Manchester City hasta que el egipcio Salah acabó todas las ilusiones. Paralelo la Roma se ponía dos a cero con el gol de penal de De Rossi. A regañadientes empecé a ver el del Estadio Olímpico. Sabía que el Barcelona remontaría. Con Messi jugando en un equipo es muy difícil perder. Es el mejor jugador de todos los tiempos. Tiene la precisión y rapidez de Barcelona con la potencia de un Batistuta. Solo era que le dieran el balón que se resistía a entrar. Y no entró y para colmo, faltando diez minutos, después de un descuido infame en un tiro de esquina, vino el tercer gol de la Roma. Barcelona tuvo un par de opciones más pero la suerte estaba echada.
El Barcelona, en este partido, entierra un ciclo de casi diez años siendo el equipo más poderoso del mundo, un ciclo que empezó Guardiola y que termina Valverde, un ciclo que lo convirtió en un asiduo de las semifinales de Champions y que hoy ha acabado de la peor manera. Nadie esperaba la goleada del Olímpico. Penoso nivel el de Suárez, muy mal Iniesta, fatal los recambios, Dembélé es de las peores contrataciones de todos los tiempos. Barcelona ya se convirtió en Messi y diez más. Nada que hacer. Hoy vimos que ni siquiera el mejor jugador del mundo es capaz de sacar adelante el equipito de quinta en el que se ha convertido el amado Barcelona.