Después de los resultados de las elecciones del 27 de mayo, para muchos colombianos ha resultado vergonzoso hacer público el voto por Gustavo Petro. En principio, porque sigue en el imaginario mediocre de la gente que todo lo que venga de la izquierda está adherido, por obligación, a la pobreza y al exterminio del capital. Quienes hemos hecho público nuestro voto por Petro hemos sido llamados guerrilleros, mamertos, vagos, mantenidos y hasta maricas. Sin embargo, muchos de los que decidimos votar por la Colombia Humana, pasamos serenos e intactos, porque estamos bien instruidos, bien sea por la vida o por la academia, para entender con sosiego por qué la gente cree lo que cree y dice lo que dice.
Estoy convencido de que en cada contienda electoral la gente vota de acuerdo con lo que tenga en la cabeza, y es precisamente ese mi punto. En mi caso personal, no voto por Iván Duque porque creo que detrás suyo está toda la clase política obsoleta que durante 200 años de República, ha concebido la sociedad como una tabula rasa. Nos han gobernado sin tener en cuenta los aspectos sociales que en realidad definen la calidad de vida de las personas y el desarrollo sano de una sociedad. Los proyectos políticos del siglo XXI no pueden centrarse exclusivamente en promesas sobre emprendimiento, asfalto y seguridad, también están en juego las garantías de los individuos para vivir la vida a la altura de sus esperanzas y el derecho a mantenerse todos en pie de igualdad.
No voto por Duque porque no plantea un gobierno donde quepamos todos sin importar lo que tengamos en la cabeza o cómo administremos nuestras propias vidas. No voto por Duque porque está respaldado por políticos rancios y anacrónicos como Ordóñez y Viviane Morales, quienes desde hace años han buscado gobernar y legislar a partir de la exclusión y el odio que predican en sus propias sectas. Estoy convencido de que eso no hace grande o innovadora una nación en el siglo XXI. No voto por Duque porque no le interesa mantener vivo el acuerdo de paz con las Farc. Un Acuerdo que a los jóvenes de este país nos costó bastante sacar del muladar, cuando los guerreristas insistían en seguir mandando a otros a darse bala en el monte. Me niego a volver a marchar al ritmo del horror de la muerte como lo hicimos durante tantos años, cuando cincuenta colombianos muertos a la semana era una cifra normal y alentadora.
Finalmente, no somos ni guerrilleros, ni vagos, ni mamertos. Somos ciudadanos libres que aportamos al país desde distintos campos de acción y con las esperanzas puestas en la apropiación social de las ideas políticas y del conocimiento. A diferencia de la podrida clase política colombiana, hay quienes en verdad aportamos al país de otras maneras más benevolentes. Algunos lo hacen desde su trabajo, desde su casa, en la calle con sus ideas, y también lo hacemos a través de la ciencia y la producción de conocimiento. Estamos en capacidad de decir con firmeza y sin ninguna vergüenza, que no aceptamos un gobierno totalitarista y hastiado de poder como el que proponen Iván Duque y Uribe Vélez. Los invito a que no se avergüencen por soñar con un país donde haya un lugar digno para todos. Imaginen por un momento que no tienen miedo y que es posible despojar del poder a quienes únicamente buscan lo propio. Yo desde hace mucho no siento miedo ni me siento avergonzado. Petro presidente.