En días pasados el subintendente de la policía Rafael Darío Soto Quemba, de 36 años, asesinó con su arma de dotación a su compañera sentimental, en plena audiencia de conciliación en un proceso de separación conyugal.
Los medios de comunicación registraron este “insólito hecho”: Un “crimen pasional” ocurrido justo en los estrados de la justicia. No fue tan insólito, ni tampoco fue pasional.
Las organizaciones de mujeres llevan años debatiendo este grave rasgo de nuestra cultura: No hay crímenes de amor, ni crímenes pasionales. Se llaman feminicidios, crímenes cometidos contra mujeres en los que ocupa un lugar decisivo el hecho de ser mujeres. Es decir, si la audiencia hubiera sido de conciliación con un vecino o un compañero de trabajo, seguramente el subintendente no hubiera utilizado su arma de dotación tan fácil, o quizás no hubiera llegado armado a la audiencia.
Los crímenes letales contra mujeres en el país presentan unas cifras enormes, en el primer semestre del 2013 hubo 514 mujeres asesinadas, 149 de ellas en Antioquia y 144 en el Valle del Cauca. Y ni hablar de las astronómicas cifras de los crímenes no letales: golpes, cuchilladas, ataques con ácido, quemaduras con gasolina. La mayoría de estos crímenes tienen tres características:
- Son perpetrados por hombres, cercanos a la víctima: novios, esposos, a veces hijos y sobre todo los “ex”, quienes tienen un deshonroso primer lugar.
- Dejan cicatrices permanentes en los cuerpos, en las vidas, en las familias y en todas las mujeres de la sociedad quienes aprendemos que el mundo es un lugar ancho, ajeno y peligroso.
- Más del 90% quedan en la impunidad, como la mayoría de delitos en el país, con lo que además se nos transmite la idea de que el mundo es injusto y que nos toca resignarnos o “no dar papaya.
La indiferencia con la que el país recibe las noticias de muertes de mujeres es impresionante: ¿qué tipo de sociedad es ésta, que reacciona más ante la muerte de las mascotas que ante la muerte de sus mujeres?
La respuesta, aunque repetida y trillada sigue siendo la misma: La causa de tal indiferencia ante la muerte y agresión a las mujeres está en la cultura patriarcal, expresada en muchos lados, discursos y escenarios: en un discurso público decía el alcalde de Cali hace tiempo, que, en el caso del virus H1 N1, que ocasionó la décima parte de las muertes que los feminicidios, la Organización Mundial de la Salud y las Naciones Unidas enteras se movilizaron y destinaron millones de dólares a combatirlo. Y comparaba la reacción de la comunidad científica, de los medios de comunicación y del sistema de salud que no se mosquean ante los feminicidios.
Así que aunque reiterativo, hay que repetir que desde las religiones, desde las iglesias, desde las escuelas, desde las canciones, telenovelas, las familias, nos han preparado durante siglos para ver “normal” la inhumanidad con que se trata a las mujeres en todo el planeta.
Y es hora de analizar la manera como la justicia, ese sistema que se presenta “neutral” es uno de los grandes escenarios patriarcales. Solo desde 1993 se reconoció que los derechos de las mujeres hacen parte de los derechos humanos, para lo que fue necesario documentar miles de casos de negación de derechos, torturas, asesinatos, esclavitud y otras aberraciones, ante un Tribunal Internacional que nos elevó a la calidad de humanas y reconoció que no había justicia para las mujeres en el mundo. Desde entonces, muchas legislaciones nacionales han incorporado acciones para intentar facilitar el acceso de las mujeres a la justicia. Pero aún las autoridades encargadas de administrar justicia no creen en la palabra de las mueres, siguen desestimando el peligro que corren junto a su agresor, las siguen viendo tontas o mentirosas.
El ejemplo del subintendente Soto es claro: La ley 1257, que está en vigencia desde el 2008, dice que no es obligatorio conciliar. Sin embargo, el sistema de justicia sigue obligando a las mujeres a asistir a audiencias de conciliación, una figura de gran intimidación que enfrenta en desigualdad total de condiciones a las víctimas con sus agresores. Incluso, si estos son hombres armados y pueden manifestar su ira a tiros en la propia audiencia.
¿Y los medios de comunicación? Aún siguen hablando de crímenes pasionales. Y a pesar de escribir informes y noticias sobre la cantidad de crímenes contra mujeres, los siguen titulando como hechos insólitos.
Es mucha la indignación y la desolación que generan los feminicidios. A veces nos sentimos una subespecie en vías de extinción, sin importarle a nadie.
Tal vez lo único positivo de todo esto es que podamos convertirlos también en la oportunidad para hacer las reflexiones que haya que hacer y comprometernos con los cambios urgentes y enormes que toca protagonizar.
Es urgente el compromiso del Estado, con sus sistemas de justicia, de salud, de educación, con los organismos de control quienes deben intervenir, respetar, garantizar la defensa de la vida de las mujeres.
Los y las legisladoras, los medios, las escuelas.
Pero también desde cada familia, desde cada pareja toca prender alertas tempranas ante cualquier inicio de degradación de sus niñas y mujeres, ante cualquier legitimación de las violencias.
Y la tarea enorme se nos plantea a las propias mujeres: necesitamos con urgencia aprender a disfrutar la autonomía, a valorarnos, a amar sin depender. Son tantos los retos que las mujeres tenemos, que sería un hecho insólito no escribir otra columna al menos sobre nuestras tareas y nuestros compromisos.