Recuerdo las épocas del colegio cuando en el día de la mujer los profesores y profesoras repartían bombones a sus estudiantes, lo cual no dista mucho de las celebraciones de hoy en día. La discriminación de la mujer empieza desde las instituciones públicas y privadas donde es tradición regalar flores y chocolates.
Todos los años, el 8 de marzo, se trata de dar “contentillo” a las mujeres con actos insignificantes. No es por ser aguafiestas, pero el hecho de que alguien regale una rosa o un dulce a una mujer “en su día” no aporta nada a la lucha por la reivindicación de sus derechos, al contrario, la banaliza.
Hay muchos aspectos en la cotidianidad que se encuentran invisibilizados y que inciden directamente en el florecimiento de las mujeres en la sociedad. Por ejemplo, el número de horas a la semana que la población femenina se dedica a la actividad doméstica no remunerada, al cuidado de bebés, niños, niñas y adolescentes, a la atención de miembros del hogar con dificultades físicas, mentales o de edad avanzada. Esta es una situación que conlleva a la recarga global del trabajo no remunerado hacia las mujeres, a la limitación de sus opciones y calidad de vida, que además reduce su participación en trabajos pagos y en espacios destinados al estudio, capacitación y recreación.
El interés por la promoción, garantía y protección de los derechos de las mujeres va más allá de un simple chocolate. Se trata de generar acciones positivas y herramientas que contribuyan a analizar y transformar los roles que producen discriminación.