Pocas (muy pocas) veces discrepo con las ideas de Catalina Ruiz-Navarro. Me pasa más con las de Florence Thomas. Esta vez discrepo con ambas. En lo personal, me considero un hombre feminista -claro, imperfecto y con una reflexión que podría catalogarse prematura (aún me falta mucho por aprender)- y no creo que necesite la aprobación de nadie para catalogarme de esa manera. Creo en la libertad y en la equidad como imperativos morales. Cualquier argumento que favorezca lo contrario me parece un adefesio. Y aún cuando aplauda y admire profundamente los movimientos feministas y la forma en que han ayudado a transformar el mundo, creo que (muchos de) estos pierden su fuerza cuando se llenan de pretensión intelectual y una falsa (y peligrosa) autoridad moral.
Me explico. Un problema de las posturas de Florence y de Catalina, que de por sí son diferentes, es que caen en la trampa de esa corriente de pensamiento que –pese a sus grandes aportes — ha hecho mucho por trivializar la historia, la ciencia y el derecho que tienen las sociedades de aprender de sus errores y reconocer sus avances. Me refiero al posmodernismo en sus varias expresiones y la manera en que este simplifica absolutamente todo al plano discursivo. Para los pensadores posmodernos no existen verdades sino discursos y, siendo así, la sociedad se define a partir del triunfo de unos discursos sobre los demás. Las palabras importan, es su slogan, y por tanto cada vez que alguien abre la boca corre el riesgo de emular al agresor. Si un hombre le dice a una mujer mamacita, es un violador en potencia; si se niega a lavar un plato, es un tirano medieval. Aunque sea un error conceptual definir feminismo como el contrario del machismo, las posturas posmodernas tienden a hacerlo, pues es común ver como satanizan a hombres por ser hombres (porque nacieron con dicho privilegio). No sorprende, por ende, que tantos hombres le tengan desidia al tema.
Yo me identifico mucho más con la posición de Caroline New, de la Universidad de Bath, quien señala que gran parte del activismo feminista esta sustentado en ideas de resistencia carentes de un análisis estructural (histórico, de contexto), conducentes a una lucha política sin estrategias de negociación (todo o nada). Por un lado, se citan muchos argumentos de pensadoras de la talla de Simone de Beauvoir, sin que se tenga mucho en cuenta que ella analizó un mundo diferente–en algunas cosas peor, en otras mejor. A su vez, porque sostener que los hombres no pueden ser feministas o que requiera aprobación para expresar su empatía hacia las luchas de genero, implican posiciones binarias (amigo vs enemigo) que reproducen la polarización. Basta con que nos hagamos la siguiente pregunta: si es cierto que vivimos en un patriarcado rígido, con hombres privilegiados por su condición biológica y cultural y que son indolentes e insensibles frente a ello, ¿nos quedan muchos caminos diferente a la violencia para despojar al opresor?
Si la respuesta fuese un SI, ¿cómo entender las tendencias crecientes en algunos lugares del mundo en el número de hombres declarándose abanderados de la equidad? O ¿cómo explicar el papel fundamental que también han tenido miles de hombres –sin desconocer, eso si, el legado de luchas de mujeres en décadas anteriores- en equilibrar las reglas de juego en la sociedad?. Y espero no confundan mi posición política con un simple acto de ingenuidad. Claro que existen indicadores escalofriantes que denotan que aún hay mucho que hacer para cerrar brechas de género, y que hacerlo necesitará de acciones contundentes. Mi punto es que nos va mejor si cambiamos tanta terminología compleja (a menos en medios de comunicación) y abandonamos tanto esencialismo (¡todos son culpables!!). En última, si es correcto el diagnóstico que los hombres, que históricamente han sido opresores, aun controlan el planeta, será poco lo que avancemos si no aprendemos a negociar con ellos. Eso se llama hacer política, y tenemos ejemplos espectaculares al respecto.
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PD. Al escribir esta entrada caigo en cuenta de la repetidas veces que he asumido las posturas que critico. He tratado a algunos amigos de ignorantes por exponer sus dudas sobre el feminismo. Ello a pesar que son excelentes personas. A ellos les pido mil y mil veces perdón. Creo firmemente que los hombre si debemos ser feministas, pero no por dogma, sino por convicción. Y estoy convencido que la mejor manera de conmover a los demás es con respeto y cariño, pero sobre todo, dejando de asumir que las personas son completamente responsables (aunque en algo si lo son) por las injusticias sociales que demarcan el contexto donde nacen, viven e interactúan con los demás.