La república de Colombia no es precisamente la inmortalización del sueño de nuestro libertador Simón Bolívar. Su historia está enmarcada por las continuas pugnas alrededor del poder y las más de nueve guerras civiles que condujeron al Frente Nacional, que para la década de los cincuenta parecía ser la solución al desequilibrio en el manejo de la política colombiana.
Para los años 80 aparece el afán de los grupos guerrilleros por tomarse el control, promoviendo partidos y a sus candidatos en las aspiraciones políticas; las fuerzas tradicionales y emergentes de la época, presionadas por las actuaciones del M-19 y diferentes sectores de la sociedad, convergen en la constituyente que dio origen a la Constitución de 1991, la cual planteó un escenario diferente para la continuación de la gesta por gobernar el país. Emergiendo de dos orillas muy diferentes, resultan Álvaro Uribe Vélez y Gustavo Petro Urrego. El primero representa la extrema derecha y el segundo, a la izquierda democrática. Estos dos personajes conducen hoy a Colombia por un peligroso camino, el sendero de la polarización.
Por un lado, está el expresidente y senador Álvaro Uribe Vélez, cuyo liderazgo es reconocido como el del siglo XXI en Latinoamérica. Su gobierno, extendido mediante una reforma constitucional, ejecutó durante 8 años (2002-2010) lo que él llamaría "política de seguridad democrática", que le devolvió al país la confianza en las instituciones y reafirmó la lucha en contra de las diferentes formas de criminalidad, lo que lo catapultaría para ser en la actualidad el senador más votado (con un promedio de 2,5 millones de electores).
Por otro lado, está el excandidato presidencial y senador Gustavo Petro, proveniente de una familia humilde, exmilitante del M-19, participante de la constituyente de 1991 y actualidad dirigente del partido Colombia Humana. Él obtuvo la segunda votación en su aspiración personal por la presidencia de la república en el año 2018.
Sin duda, nos estamos refiriendo a dos grandes líderes, aunque muchos prefieren llamarlos personajes, de nuestra política actual. ¡Sí! Es que como si se tratara de una obra de teatro, cada día son más las escenas protagonizados por Álvaro Uribe y Gustavo Petro, que con sus discusiones buscan detraer la atención nacional y tiempo valioso al Senado, que podría ser empleado en la formulación de posibles soluciones frente a la coyuntura actual causada por la COVID-19.
Las descalificaciones van y vienen, encienden las redes sociales y sus millones de seguidores se atrincheran en ellas, en lo que pareciera ser la “guerra de los insultos”. De hecho, hay cientos de acciones de tutelas que buscan reivindicar el buen nombre. “Paraco”, “sicario” y “narco” son las palabras favoritas del guion y, como si algo macabro tuviese la obra, hacen participe de ella a sus familiares muertos. El ultimo rifirrafe fue protagonizado por una acusación del expresidente Uribe contra Gustavo Petro, en la que afirmó que “Petro se reunía con Carlos Castaño”. La respuesta de Petro no se hizo esperar y le dijo: “Yo no soy como usted”. Un círculo vicioso que promueve discursos guerreristas de extrema derecha y odio entre las clases sociales por parte de la izquierda tienen al pueblo colombiano hoy en uno de sus peores estados de la polarización.
Las nuevas ciudadanías se están ahogando en el odio y con ellas la esperanza de construir una política con verdaderos valores democráticos. Incluso, cada día es más frecuente ver cómo nuestros jóvenes se atacan entre sí por un simple hecho (ser policía o estudiante) y el patrimonio público y la propiedad privada son destruidos por las llamas que inician Álvaro Uribe y Gustavo Petro en los recintos del Senado, alejando al pueblo colombiano cada vez más de la tan anhelada reconciliación, en un país con heridas sangrantes, causadas por el Estado, las guerrillas, el narcotráfico y el paramilitarismo.
Como afirma el refrán campesino: “en río revuelto ganancia de pescadores”. Mientras las masas sociales son seducidas por el discurso de izquierda o derecha, la corrupción se pasea rampante por los campos y ciudades de la patria, dejando a su paso desolador el titulo deshonroso para Colombia de la cuarta sociedad más desigual sobre el planeta. Y es que ni la pandemia causada por el nuevo coronavirus ha frenado el hambre voraz de estas mafias por el erario público, a tal punto que ya se habla del cartel COVID-19.
El concepto de una política decente está lejos de la cabeza de Álvaro Uribe y de Gustavo Petro, ya que ambos representan extremos que coinciden tan solo en una cosa: el poder. En consecuencia, la sociedad colombiana debe hacer una profunda reflexión sobre la forma de hacer política, la cual debe ser concebida bajo los verdaderos valores democráticos, en donde quepamos todos, respetando cada una de nuestras diferencias, y el privilegio del poder solo represente la oportunidad para servirle a los más necesitados de manera honesta e integra. Las nuevas generaciones tienen la responsabilidad de hacer una política decente, apartarse del odio y la agresión, construir verdaderos espacios democráticos, que incluyan el debate respetuoso de las ideas y la participación de las minorías.
Hay que recuperar el espíritu del verdadero Estado social de derecho, generador de grandes capitales humanos. Solo unidos podremos acabar con una forma de hacer política basada en la violencia, la misma que empobrece en Cartagena, mata a los niños afrodescendientes en el Chocó y priva de la salud a los indígenas en el Amazonas.