El control político y la moción de censura son dos figuras consagradas en la Constitución, pero inexistentes en la práctica. Las diluye la aplanadora de votos que los gobiernos acumulan en las legislaturas vitalizando aquel refrán castellano según el cual “dádivas quebrantan peñas”. En el debate contra el ministro Carrasquilla reapareció el método. Somos tan electoreros que los votos que solucionan u obstruyen una decisión tornan en genial una defensa deplorable. A Carrasquilla le sobraron los lambones en la noche del 18 de septiembre y eso bastó para que el agua lustral que escurre de los tubos del Centro Democrático, no la de los 117 municipios que burló, lavara sus culpas.
El contraste entre la hoja de vida de Carrasquilla leída por el senador Uribe y la pobreza conceptual de su discurso fue melancólico. Como sabía cuál sería el desenlace del debate, se fue por las ramas y se olvidó de la refutación de los cargos. Se apoyó –era lo más cómodo– en la primacía de las formas sobre la ética de su responsabilidad. Su maroma y la de sus socios merecieron más respeto que censura la befa a los 117 municipios esquilmados. Así lo demostró la lluvia de los lugares comunes expresados en homenaje a su intrepidez de “municipicida”, digna de un nuevo capítulo de Pedro Voltes para su libro Escándalos financieros en la historia.
Me preguntarán: si no existen el control político y la moción de censura, ¿por qué le pierde usted tiempo a los debates? Porque me divierto. Ver el ceño adusto y el tono grave del senador Efraín Cepeda Sarabia defendiendo la burocracia que le dejó Santos en ocho años de gobierno, es como regodearse con una comedia de Groucho Marx, por ejemplo la titulada Sopa de ganso. Conmovían la severidad de sus gestos y la pausada dicción con que adornaba los períodos más elocuentes de su perorata. Fincho se lució aquella noche con lo que mi dilecto amigo Jorge Mario Eastman Vélez llama jugar a la abyección.
También me divertí con el lastimoso galimatías de siete minutos del senador Mauricio Gómez Amín, cabeza de lista del liberalismo al Senado. En su enredijo verbal hallaron muchos colombianos el origen de la estampida de tantos dirigentes liberales ese mismo día. No tuvieron más remedio que idearse otro campamento. Por odiosas que resulten las comparaciones, no pude menos de evocar, mientras hablaban Cepeda Sarabia y Gómez Amín, a don Abel Carbonell, el de La quincena política, y a Pedro Juan Navarro, el de El parlamento en pijama. ¡O témpora o mores!
Otro senador de la Costa Caribe, Antonio Zabaraín, protagonizó el suceso más pintoresco de la sesión: una imitación admirable del exsenador Roberto Gerlein Echeverría. Por segundos tuve la impresión de estar escuchando a Roberto en una de sus buenas tardes, sobre todo cuando Zabaraín pronunció el adjetivo “inane”, que el veterano exsenador solía emplear con más sujeción a su significado que el empleado por su imitador. Se ve, de todos modos, que lo admira, y eso es plausible y festejable cuando el altruismo se tiñe de humor con el recuerdo de un modelo político para imitar.
Uribe defendió a Carrasquilla con argucias bien dichas,
echándole alpiste a la galería crédula y acentuando su lujuria fonética
(le fascina oírse simulando serenidad)
El senador Uribe, por su parte, se movió en su salsa, al compás del estilo político de hoy día, tallado en buena parte por él durante dieciséis años de tenacidad. Dicha talla no lo recomienda como ciudadano ejemplar ni lo acredita como hombre de Estado, porque trasiega siempre con la certidumbre de que si las embarradas son suyas o de alguien de su círculo cuentan con salvoconducto y pasan por fealdades anónimas. Es, paradójicamente, uno de sus atractivos. Por lo mismo defendió a Carrasquilla con argucias bien dichas, echándole alpiste a la galería crédula y acentuando su lujuria fonética (le fascina oírse simulando serenidad). Me divertí viéndolo representar una escena magistral que tiene a Woody Allen a un paso de contratarlo para otra versión mejorada de Balas contra Broadway.
Mientras los presidentes absuelvan por anticipado a los ministros y los altos funcionarios cuestionados, y citados a explicar sus actos en las Cámaras, habrá que tomar los debates de control político como esos segmentos de los noticieros destinados al entretenimiento. Espero que no se frustre el trámite de la moción de censura que impulsará el Polo Democrático, y confío en que a cargo del senador José Díaz Granados esté el primer trabalenguas cantinflesco del acto segundo del “carrasquillazo”.