Un antiguo refrán popular dice que el papel puede con todo. Modernizándolo nos quedaría algo así como “internet puede con todo”. Con todo lo que le suban. Hasta con videos y opiniones donde se asegura que Bogotá es el Londres suramericano, y todo porque en algunos barrios de Bogotá existen manzanas donde se levantan casas con influencia francesa e inglesa. En el colmo de los colmos, algún despistado se atreve a afirmar que estas bellas casas ocupan el 35 % de la ciudad (¡!)
Para empezar, Londres es mil quinientos años más antigua que Bogotá. Si. Tiene mil quinientos años de ventaja. Y como Wikipedia lo define de esta forma no me tomaré el trabajo de pensar en algo mejor: “Londres es una ciudad global, uno de los centros neurálgicos en el ámbito de las artes, el comercio, la educación, el entretenimiento, la moda, las finanzas, los medios de comunicación, la investigación, el turismo y el transporte.
Es el principal centro financiero del mundo junto con Nueva York. Con un PIB de 801,66 mil millones de euros en 2017, es la economía urbana más grande del continente europeo. Londres es también una capital cultural mundial, la ciudad más visitada considerando el número de visitas internacionales y tiene el mayor sistema aeroportuario del mundo según el tráfico de pasajeros. Asimismo, las 43 universidades de la ciudad conforman la mayor concentración de centros de estudios superiores de toda Europa”.
Nada más que agregar. O tal vez sí, Londres alberga la monarquía británica, y fue la sede de uno de los imperios políticos y comerciales que han dominado el planeta, el Imperio Británico. También agreguemos que Londres tiene metro hace 158 años. El de Bogotá existe pero en el papel.
Hay casas y mansiones hermosas en muchas ciudades de nuestro país, no solo en Bogotá. En los años de bonanza bananera se construyeron magníficos palacios en Ciénaga (Magdalena), excepcionales, bellísimos ejemplos de estilo republicano en Cereté, Corozal y la Isla de Manga en Cartagena, en Alto Prado, Prado y Bellavista, decenas de joyas declaradas inmuebles patrimoniales.
A quienes se emocionan hasta las lágrimas con el distrito Art Decó de Miami Beach, pero desdeñan la provincia colombiana, les haría bien darse una pasadita por las creaciones del fenomenal Manuel Carrera en Ciénaga, Santa Marta, Barranquilla y Cartagena.
El Hotel Caribe de Bocagrande, ese cuyo ambiente transporta a la Habana de los años cincuenta (sin llegar a decir por eso que Cartagena es la Habana de Suramérica), el que siempre queda bien en las fotos de las vacaciones, es uno de sus hijos.
Tiene otros mejores en Barranquilla. Allí tratan de construir identidad partiendo de las obras que el cubano dejó, pero a pesar de las mansiones, y las calles arboladas que al calor del medio día te pueden hacer sentir en Coconut Groove, a nadie se le ocurre decir que Barranquilla es el Miami suramericano. Y eso que alguna vez fue la ciudad más importante de Colombia, el punto de entrada del progreso, el puerto más activo, la ciudad más vanguardista y liberal.
Visiten la “provincia”, como ustedes la llaman. En el barrio el recreo de Montería hay mansiones que le dan sopa y seco a cualquier palacete bogotano. Muchas mansiones de Medellín, Bucaramanga y Cali (las que dejó el dinero del cartel de Cali son realmente impresionantes) eran dignas de ocupar páginas enteras en revistas de arquitectura, pero cedieron al paso del progreso y se convirtieron en clínicas o desangelados edificios de veinte pisos, de los que sin importar en que ciudad se encuentren parecen copiados del mismo plano. Esos de fachada blanca y ventanas polarizadas que invaden nuestras ciudades.
En los años setenta New York estaba sumida en la peor crisis de su historia. Además de soluciones de fondo, el secreto de su éxito estuvo en poner a toda la ciudadanía alrededor de un innovador concepto: promover a la ciudad como una marca. Una marca ciudad. Algo diferenciador.
New York era New York, tan simple como eso, nadie propuso compararse con Londres ni con París. Ese es el origen del famoso I Love New York de Milton Glasser, pertinente para un momento histórico y una ciudad específica, pero copiado sin recato en cada rincón de nuestro país, desde Pitalito hasta Ibagué. A veces con los mismos colores y el corazoncito del original. A veces hasta en su mismo idioma.
Pocos saben que cuando se lanzó al aire la serie Miami Vice, la ciudad de Miami estaba pasando por un difícil momento. Varios sectores habían sido tomados por la criminalidad y el narcotráfico. Ocean Drive era una avenida solitaria y lúgubre donde la inseguridad campeaba a sus anchas. (En una escena de Scarface se puede ver tal cual era; una vía solitaria, sucia, sin el maquillaje ni la pintura que la serie televisiva le daba).
Miami Vice vendió una imagen que no era real pero convenció. Glamour, dinero, mujeres bonitas, detectives en trajes de última moda, autos de lujo, yates. Inversionistas de todo el país y el mundo se dejaron seducir por el encanto que mostraba la pantalla chica y se mudaron allí con sus capitales.
Al llegar descubrieron que muchos de los edificios estaban en malas condiciones y no todo era tan idílico, pero en lugar de regresar a sus lugares de origen se quedaron y transformaron por completo a la ciudad. Lo demás es historia. Miami estaba en decadencia, pero siempre lo mostraron como un lugar moderno donde valía la pena vivir y gozar la vida. Y eso fue lo que caló hondo en quienes llegaron. Miami era Miami, no la copia de Mónaco.
Para convertirnos en una nación líder no necesitamos vivir fantaseando con que nuestras ciudades se parezcan a otras ciudades del mundo, ni poniendo letreros estilo Hollywood en la montaña como pretende el alcalde de Medellín, ni trasplantando iconos mundiales (construir una réplica de la torre Eiffel en Sabaneta, Antioquia, es algo que raya con lo grotesco), ni pretendiendo que somos lo que no somos y nunca seremos.
Si seguimos por esa ruta cada vez nos pareceremos más a una versión tropical de las Vegas, pero sin sus casinos ni su lujo. Con réplica de la torre Eiffel, pero con vehículos de tracción circulando aun por algunas ciudades. Con casas estilo Tudor, pero con ventas ambulantes, postes en los andenes y tenis viejos colgando de los cables.
Sea un chiste popular o haya sido dicho por Germán Castro Caycedo, William Ospina, o Jaime Garzón, no hay nada más cierto que en nuestro país los ricos se creen ingleses (y los arribistas también), la clase media se cree gringa y los pobres se creen mexicanos, pero nadie quiere ser colombiano ni vivir como tal.