Ni ante la tragedia nos unimos

Ni ante la tragedia nos unimos

Cada vez está más claro que cualquier cosa nos divide, pero la marcha del domingo comprobó que ni para rechazar el acto demencial del Eln nos ponemos de acuerdo

Por: Rafael Alfredo Colón Torres
enero 23, 2019
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Ni ante la tragedia nos unimos
Foto: Leonel Cordero / Las2orillas

Horas antes de que el Eln reconociera la autoría de su barbarie contra la Escuela de Cadetes General Santander, donde perdieron sus vidas 21 jóvenes y fueron afectados otros 68, dentro de esa academia policial se llevó a cabo la marcha convocada para apoyar a la Policía Nacional, en la cual fueron visibles los diversos matices de polarización y radicalización que causa cualquier tipo de marcha o protesta social en el país.

Esta vez, sin piedras, sin bombas caseras, sin encapuchados, sin ataques al transmilenio, sin poner grafitis, rayar fachadas o romper vidrios de establecimientos públicos, bancos e iglesias, los marchantes hicieron oír sus voces con expresiones notables como: “Eln... el pueblo no los quiere”, “Policías amigos, el pueblo está contigo”, “Colombia, unida, jamás será vencida”, “Negociar es la salida”, “Mesa ya”, “Justicia”, “Cobardes asesinos”, “Salvemos la paz”, “No al terrorismo” y otras consignas que rechazaban cualquier expresión que indigna y rechazan los colombianos.

Juntos pero no revueltos, fue la impresión que dejaron los líderes políticos que se integraron a los marchantes; se reunieron en sitios distintos del recorrido, lejos de tomarse fotografías, que los pusieran en evidencia con su fanaticada; cada uno piensa distinto y muere con sus ideas, es la forma como la política nacional, mantiene activas sus hordas de seguidores y espadachines.

Por eso, un grupo de pequeños activistas, que protestaban en la Jiménez con séptima contra el establecimiento y cerca del antiguo almacén Tía al lado de la casa del Florero de Llorente, se hicieron bajo las banderas de reivindicación de los derechos de las víctimas, la defensa del medio ambiente, de la mesa de diálogo con el Eln, de la vida, los derechos de los estudiantes, los asesinatos de líderes sociales, la lucha contra la corrupción, exigían la renuncia del fiscal y lucían llenos de injurias contra el expresidente Uribe, lanzaban infundadas afirmaciones que acusan al presidente Iván Duque por atizar la guerra; estos dos grupos, llevaron la batuta de las notas disonantes de una marcha que tenía otro propósito, mientras que opositores al proceso de paz con las Farc, pasaban frente a ellos y al sentirse provocados, ofrecían plomo, exigían no más impunidad.

En medio de las disonantes barras, la nutrida marcha nunca densa como la de febrero de 2008, cuando se hizo contra las Farc y el secuestro, parecía perder el objetivo más sublime: abrazar a nuestros policías, enviar una voz de aliento a sus familias y rechazar la barbarie del terrorismo “eleno”.

Es cierto; necesitamos expresarnos con mayor vehemencia e indignación, por el asesinato de cualquier líder social, o colombiano del común, contra los falsos positivos, contra la violencia que destroza mujeres y niños, contra los abusadores sexuales, contra cualquier injusticia, pues No debe quedar en la mente de los ciudadanos, que en Colombia existen víctimas de primera o de segunda, ni marchas más válidas que otras.

El valor de la vida es un principio cristiano, que en contravía de lo que inspiró al Eln, nos invita a permanecer unidos, para defendernos de cualquier expresión de violencia y eso debe unirnos más que la selección Colombia de fútbol.

A las madres y familias de las víctimas sí les duele; pero si no es conmigo, poco importa.

El presidente Duque pidió luto durante tres días, pero la verbena y la insolidaridad, superan los sentimientos que deben unirnos sin tantas diferencias. Somos un país inmenso y diverso; por eso, mientras marchábamos rechazando el atentado del Eln, se bailaba en las calles de Sincelejo, se leía el bando del carnaval de Barranquilla, había borrachos y heridos en corralejas, se terminaban las fiestas en Manizales, pastaban los toros de la corrida en la Santa María y se alistaba la fiesta de la panela en Villeta.

No tomamos muchas cosas en serio, lo fundamental pasa a segundo plano, y pese a todas las bondades que caracterizan a los colombianos, saltan a la vista, los genes de insolidaridad, que manchan los momentos de luto y de dolor.

Dura tarea para este gobierno, unir al país cuando cualquier cosa nos divide; pese a que la afrenta del Eln, le dará un respiro de gobernabilidad al presidente y sus ministros, el noble deseo de unir a la nación, se convierte en utopía, cuando la política sigue rebosante de mezquindad.

La protesta social, es excluyente por tanta división, insolidaridad y falta de verdad; no nos une con el propósito de lograr un mejor país, con mejor paz, más justicia, verdad y reconciliación.

Me queda en la retina de esta marcha, altas dosis de unidad que también noté gratamente; al final abracé a dos señora venezolanas que portaban la bandera del “bravo pueblo”; las hermanas Hilda y Milagros Oropeza, lucieron conmovidas según ellas, por la multitud que respaldó a nuestros policías; afirmaron: los colombianos son ejemplo para su descuadernada Venezuela.

Quise expresarles mis sentimientos sobre la desunión nacional, a tan bellas señoras, mientras abrazaban a nuestros policías, pero preferí callar, porque como empedernido soñador, tengo la certeza que la utopía de la unidad nacional, podemos transformarla en realidad en un par de lustros.

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