Néstor Humberto Martínez no puede renunciar

Néstor Humberto Martínez no puede renunciar

Aunque el país clama que se aleje de su cargo, al hacerlo seguramente quedaría desprotegido. Qué dilema

Por: Fernando Dorado
diciembre 03, 2018
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Néstor Humberto Martínez no puede renunciar
Foto: Leonel Cordero / Las2orillas

Si el fiscal general renunciara se le acabaría su carrera. No la de abogado sino la de protector de delincuentes. Entró en el círculo de los que están jugados con el crimen. No obstante, al aferrarse a la Fiscalía acabó con su carrera de abogado. Si renunciara, los potentados a los que resguarda no lo protegerían. Por ello, el fiscal es un verdadero peligro y un peligro letal. De ser abogado del diablo pasó a ser un “capo de capos”. Ya está condenado pero no le importa, es “su naturaleza”.

El caso del fiscal general de Colombia retrata muy bien lo que está ocurriendo en el mundo. Verdaderos delincuentes están llegando a gobernar. Caso de Trump o Bolsonaro. Y nombran fiscales, procuradores, magistrados y jueces para que los protejan. Fue lo que pasó con Sergio Moro en Brasil pero ocurre en todas partes. Por ello se equivocan quienes piensan que pueden mejorar la institucionalidad haciendo campañas y aprobando leyes contra la corrupción.

La lucha por moralizar la administración pública hay que impulsarla a todos los niveles, pero como una estrategia política para señalar, identificar y mostrar abiertamente las intrincadas relaciones entre gobernantes, jueces y plutócratas capitalistas. Pero no hay que hacerse ninguna ilusión mientras ellos tengan el control de los Estados y gobiernos. Se requiere que construyamos una gran fuerza social y política para poder destruir esas oscuras “relaciones” de poder, que son de una compleja multiplicidad. Mientras ellos gobiernen, nunca las desentrañaremos.

Ese fenómeno de participación directa de delincuentes de diversa naturaleza en la administración pública y en el control del Estado corresponde a la crisis del capitalismo y a la agudización de la lucha social y política en todo el planeta. Las economías criminales (legales e ilegales) exigen y piden gobiernos criminales. Es por esa razón que el momento de los llamados partidos de “centro” ha quedado atrás. Hoy son historia porque el monstruo sacó su cabeza y la corrupción político-administrativa se evidenció como un problema sistémico del capitalismo.

El neoliberalismo fue el caldo de cultivo para que la lumpen-burguesía asomara la cabeza con fuerza y se pusiera al frente de la gran oligarquía financiera global. El tema es que ya no pueden dominar “por las buenas”; su falsa democracia ya no puede ocultar las relaciones entre banqueros y políticos; no pueden tapar los negocios entre las mafias y los más encumbrados representantes de la sociedad; no pueden disimular los lazos entre los medios de comunicación (entretenimiento) y los poderosos multimillonarios. El velo de la falsa democracia ha caído.

Los pueblos, los trabajadores, los excluidos, los desarraigados y desterritorializados no podemos hacernos ilusiones vanas. Tampoco se trata de dejarles el terreno institucional en manos de los corruptos y mucho menos lanzarnos a rebeliones armadas que son fácilmente neutralizadas, como ocurrió en Colombia en las últimas 5 décadas. El arte pareciera ser combinar la lucha política-electoral con una refinada estrategia de organización popular que vaya más allá de los votos.

La campaña de denuncias debe continuar. Hay que rodear a los periodistas valientes que están mostrando la podredumbre de “los de arriba”. Hay que fortalecer nuevas formas de periodismo que rompa con los monopolios informativos. Hay que mostrar con mayor fuerza y creatividad todas las relaciones incestuosas entre el gran capital, la política, la justicia y los medios de comunicación. Y prepararnos para una lucha “extrainstitucional” (no armada) muy inteligente y estratégica que sea capaz de enfrentar esos poderes fácticos que gobiernan a la sombra de la institucionalidad oficial (que es la visible, la que colocan de pantalla).

Es lo que muestran e indican los hechos. Claro, es una lucha a muerte.

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