Un gringo llega a Salgar, el pueblo de pescadores del Atlántico, buscando una langosta que ha sido contaminada por radioactividad. Un gordo lo registra en un vetusto hotel mientras infla globitos de plástico. En el cuarto se quita las gafas negras, pone la maleta lleno de sellos de otros países en el suelo, la abre y va sacando unas langostas. Hay una que es azul y parece ser la preferida. El instinto que ha vuelto inmortal a un gato le advierte de la importancia de la langosta azul, es por eso que se la lleva por las polvorientas calles de Salgar. El gringo, que es Nereo López, sale a buscarla y se encuentra con brujos que bailan mapalé, con hembras que intentan seducirlo y ahí, entre esas casas de cañabrava rodeada de piedras tan grandes como huevos prehistóricos, uno ya prefigura a Macondo, el pueblo mágico que se inventó uno de los guionistas de esta película que es un poema, de este poema que es una mamadera de gallo.
Entre rones, boleros, chistes y noches Gabriel García Márquez, Nereo López, Álvaro Cepeda Samudio y Enrique Grau fueron tirando ideas para hacer la historia de este delirante cortometraje que es el primer intento en Colombia de hacer cine surrealista. Aunque amaban el cine, ninguno de los tres tenía experiencia alguna en este arte. Sobre la marcha, y ayudados por los conocimientos técnicos de Nereo, pionero del fotoreportaje en Colombia y protagonista del corto, los jóvenes integrantes del grupo de Barranquilla fueron aprendiendo. El rodaje fue un juego de niños. García Márquez se lo perdió por haber empezado su periplo mexicano. Los que se quedaron en Colombia sacaron, en veintiún días y con un presupuesto inexistente, este homenaje soterrado a esa broma personal y sublime que es Un perro andaluz, tenía la crudeza del neorrealismo italiano, impronta que le dio Nereo debido a la devoción que sentía hacia fotógrafos como Dorothea Lange o Walker Evans que supieron retratar la devastación social que generó en Estados Unidos la depresión económica.
Ignorada por los grandes círculos comerciales, apreciada pero incomprendida entre los intelectuales colombianos, la película fue olvidada durante décadas hasta que en los años noventa fue restaurada por Patrimonio Fílmico. Para todo aquellos que no la han visto y que ignoran el gran aporte de Nereo López a la fotografía colombiana, acá está la mítica película.