Ya no se puede explicar la geopolítica en términos de apertura versus proteccionismo; hoy son vacíos los términos de izquierda, derecha y tercera vía; los gobiernos, incluso los más neoliberales, nunca han dejado de intervenir en asuntos económicos estratégicos, a pesar de que en Colombia se insiste con tanto ahínco en que la libertad de empresa es sagrada, de la misma manera que hoy ningún país tiene un nivel de planificación central tan radical hasta el punto de cerrar sus fronteras. Muestras de estas paradojas geopolíticas en años recientes son: el Brexit, Estados Unidos renegociando tratados de libre comercio y China ampliando su dominio sobre todo el planeta.
Hoy las teorías conspirativas se quedan cortas para explicar el surgimiento de la pandemia; no tiene mucho sentido una guerra pierde-pierde; aunque la postura charlestoniana para explicar los fenómenos dando preponderancia a la economía sobre la política, podría seguir alimentando la imaginación de quienes creen que algunos sectores (ya no países) se verían beneficiados con lo que sucede actualmente; es decir, no se beneficiarían países propiamente sino sectores y conglomerados económicos particulares. Pero en este escenario la paradoja radicaría en que mientras se desdibujan las fronteras, el cierre de las fronteras alimenta “obligatoriamente” el espíritu nacionalista.
De acuerdo al filósofo británico Ronald Barnett, vivimos tiempos en los que prima el operacionalismo, es decir, retomando al filósofo francés Jean-François Lyotard, a la sociedad no le preocupa hoy qué son las cosas sino para qué sirven. En este orden de ideas, posiblemente hoy muchas personas no se preguntan por la verdad sino para cuáles intereses económicos sirven las circunstancias actuales.
Es fácil confundir el nacionalismo con la idea de que se privilegia la economía nacional sobre la interacción con países extranjeros, pero esto es casi impensable después de la caída del muro de Berlín. Hoy resulta interesante cuestionar si el cierre transitorio de las fronteras puede llevar a que algunos gobiernos se cuestionen sobre cómo superar su dependencia de la economía de otros países. Pero esta aspiración es ingenua y partiría del supuesto de que los gobiernos son soberanos o patrióticos, cuando la realidad es que los intereses económicos que se suelen beneficiar no siempre corresponden a las necesidades reales de los pueblos.
Para el caso específico de Colombia, ojalá que este escenario lleve a valorar la agroindustria, la producción agrícola en diferentes escalas y, especialmente, el trabajo de los campesinos; tal vez sea hora de pensar en fortalecer de verdad la producción agrícola para que seamos competitivos supliendo las necesidades de nuestro propio país e incluso generando capacidad de exportación.