Una de las consecuencias imprevistas de las protestas del 68 fue el “prohibido prohibir” que terminó nutriendo la invasión neoliberal y el tecno feudalista.
Por una parte, un reconocido sociobiologista dijo en Harvard que “El verdadero problema de la humanidad es que tenemos emociones paleolíticas, instituciones medievales y tecnología divina” (Edward Wilson, 2009). Por otra parte, como réplica tardía y tímida, Biden emitió una directiva advirtiendo que estaba “decidido a promover y exigir una innovación responsable” (30/10/2023).
Igual, el incurable mercado es cortoplacista y procíclico. Abyectos, los intereses Fin & Tech se yuxtapusieron para garantizar que sus promesas de creación de valor nos consumieran. Los ganadores constituyen una minoría cuyo gen egoísta provoca un genocidio socioeconómico, y un apocalipsis ecológico, para condenar a la extinción a la especie perdedora, eliminando la reinversión restaurativa y redistributiva.
Fui uno de los estafados por las Universidades Nacional y de los Andes con la moda de la “Destrucción Creativa” (Capitalismo, Socialismo y Democracia, 1942), que aún contagia perjurando sofismas revolucionarios, que mimetizan a los oligopolios y sus conflictos de intereses. Así han saboteado la evolución hacia formas genuinamente civilizadas de progreso, prefiriendo imponer prácticas esclavistas, abusivas contra los clientes y anticompetitivas para mantener el control de los mercados-estados.
Supuestamente, Schumpeter se inspiró en Marx para fundar esa devastación, lúcidamente abstraída por Gramsci, al declarar que la monstruosidad del momento actual se debe a que el pasado nunca acabará de morir, y, abortando los urgentes cambios, lo nuevo jamás empezará a nacer.
La desregulación cimentó esa distopía, patrocinada por la sesgada calificación de riesgo y la artificial emisión de dinero, mediante el crédito, como pilar para la innovación que transa quiebras con fraudes, quedando en deuda con la sociedad.
Devastador, el mercado nunca se corrigió. Anticipando esa anomalía, con notable agudeza, Bastiat describió el caso de un travieso que rompía las ventanas de un establecimiento; un bando lamenta el hecho, pero trata de sacarle el lado positivo, argumentando que su restauración beneficiará a la cadena de valor del vidrio, por lo que ese vándalo se convertiría en un acelerador de emprendimientos.
Desde otra perspectiva, hizo que desviaran recursos destinados para satisfacer otras necesidades o preferencias, afectando de manera colateral a quienes trabajaban en diferentes sectores. Ahora, la sociología ofrece una interpretación complementaria a semejante avalancha: según la Teoría de las Ventanas Rotas, los comportamientos antisociales se diseminan donde se legitima la destrucción, o no se repara oportunamente.
La cuota inicial de los tecnócratas, para captar reconocimientos o capitalizar recomendaciones, no es ser competente, sino ocultar sus miserias o aparentar solidaridad; los ejecutivos de Wall Street maquillan o usurpan valores, los héroes de Silicon Valley defraudan con prospectos o cifras irreales, y la mayoría de la población suma pasivos que multiplican al PIB global.