Neocomunismo y castrochavismo, tan solo palabras

Neocomunismo y castrochavismo, tan solo palabras

"Los términos en cuestión no son creíbles ni robustos porque los hechos históricos así lo comprueban"

Por: German Peña Cordoba
diciembre 03, 2020
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Neocomunismo y castrochavismo, tan solo palabras

En contravía de los hechos notorios acaecidos hace más de un cuarto de siglo y que hoy son historia (como lo fueron la caída el Muro de Berlín, la desaparición de la URSS, el ascenso de la China capitalista, y la muerte de líderes como Fidel Castro y Hugo Chávez), nos quieren asustar con una fantasmagórica palabra: neocomunismo. Y si bien lo fáctico se contrapone a lo que hoy inútilmente nos quieren inocular, con un elemental y rebuscado término se están realizando ingentes esfuerzos para posicionarlo como nuevo miedo en el mercado electoral colombiano. Los medios de comunicación construyen pseudorealidades, crean matrices de opinión y direccionan a su antojo lo que llaman "opinión pública". La mentira está a la orden del día: ayer fue el desgastado castrochavismo, hoy es el neocomunismo.

El invento del neocomunismo ya comenzó a circular y su pronunciación es pegajosa como obviamente se pretende que sea, pero a esto le resulta un evidente problema: nació semimuerto y es imposible revivirlo con respiración boca a boca o electrochoques, ya que no tiene ningún sólido sustento en el terreno de lo real. Esperamos no caer en el engaño reiterado y mañoso, porque la fantasía de asustar incautos y ejercer el control social electoral que se necesita ya debutó en sociedad. El cuento chino es hijo legítimo del otro bobo cuento llamado castrochavismo, que efectivamente logró asustar incautos. La vacua palabreja traspasó las fronteras patrias y sin éxito se infiltró fallidamente en la campaña trumpista. No se logró el objetivo, por el cual "pusieron toda la carne en el asador". La cuenta de cobro, de parte de los demócratas en el poder, no se hará esperar y llegará en el momento menos pensado.

Ahora bien, la narrativa montada con la palabra neocomunismo no va de la mano de las realidades acaecidas en los años recientes. En otras palabras, no hay forma de proporcionarle credibilidad al Frankenstein creado en el laboratorio de la falacia, sino que va con las estulticias con que tradicionalmente han pretendido engañar a una mayoría crédula y correligionaria de la secta. El término es cuestión no es creíble ni robusto porque los hechos históricos así lo comprueban: el muro de Berlín, que separaba las dos Alemanias, se cayó hace 25 años y hoy ya no existe; la disolución de la antigua Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas la ocasionó la apertura (Glasnost) a través de la Perestroika de Mijaíl Gorbachov y este suceso se dio hace más de 30 años (1985-1991); China vive bajo una economía de mercado, donde es permitida la propiedad privada y solo queda como expresión de comunismo el sistema de Partido Único; Fidel Castro, icono de la Revolución cubana, con la dinámica de los tiempos le tocó flexibilizarse y abrir un poco lo que era ortodoxo y absoluto; Hugo Chávez también se mudó de barrio (murió) y su heredero vive acorralado por las asfixiantes medidas del bloqueo que causan invivibles sufrimientos a sus connacionales.

En este contexto, lo más representativo del comunismo en el mundo mutó de una dictadura del proletariado, inflexibilización y abyección dogmática a políticas aperturistas del mercado y disminución del tamaño del Estado a través de privatizaciones, lo que significó neoliberalismo puro… No siendo esto lo ideal, es lo real. Hoy toca adoptar mecanismos de adaptabilidad que garanticen la supervivencia en un implacable mundo neoliberal, expresado en un inmoral capitalismo salvaje, del que solo nos puede librar una socialdemocracia. En Colombia, el comunismo y el socialismo los usan los inoculadores del miedo como arma de dominación política. Necesitan aferrarse a algo que les facilite la manipulación de masas que son proclives a ser fácilmente engañadas sin mayor esfuerzo.

Producir miedo es el arma predilecta y electoralmente les funciona. La política se convirtió en el arte de asustar, avasallar y eliminar con mentiras al contrario. No existen propuestas concretas, ni programas específicos, los electores en su gran mayoría no poseen conciencia crítica. La política en Colombia solo se limita al manejo de unas emociones y unos amores pasionales profesados a caudillos de ocasión que tienen el anhelo permanente de perpetuarse en el poder. Pero de ideas cero. No entiendo por qué critican a Venezuela si en esencia es lo mismo. Eso nos da la idea del miedo que se le tiene al cambio que se avecina... entonces les toca pregonar fantasías en un mundo donde imperan las fake news. Parece que no les queda otro recurso distractor para manejar psicológicamente las masas.

Las palabras van, las palabras vienen y se originan en hechos simples que se catapultan encontrando en los medios la caja de resonancia que se encarga de su efectiva difusión. Cuando Juan Carlos Echeverry Garzón, ministro de Hacienda y presidente de Ecopetrol del gobierno de Juan Manuel Santos, quiso explicar la equidad que ofrecía, el hecho de reformar las regalías trajo a colación una metáfora de la distribución equitativa de la mermelada en la superficie de una tostada. Con el tiempo, el inocuo propósito de Echeverry, el exprocurador Alejandro Ordóñez Maldonado lo refirió como "mermelada", a lo que tradicionalmente se llama lentejismo (venderse por un plato de lentejas). El término se popularizó y se posicionó en los medios. Ahora a todo lo que se refiere a soborno le dicen "mermelada".

Igual sucede con el castrochavismo y el mamertismo. Todo aquel que manifieste progresismo o ideas de avanzada es etiquetado peyorativamente como mamerto. Este término es viejísimo, pero ahora lo revivió de manera deformada María Fernanda Cabal. En los años 70, se le decía "mamerto" al estudiante de ideas socialistas moderadas, con tendencia prosoviéticas. Por lo general, el mamerto era un muy buen estudiante, necesariamente de ideología izquierdista, cerebral y ponderado. Sin embargo, definitivamente el término nació en la dirigencia del Partido Comunista Colombiano (PCC) y su significado coloquial se origina porque este tenía entre sus miembros tres dirigentes cuyos nombres terminaban en "Erto": Gilberto, Humberto y Alberto. Por afinidad sonora, le pusieron el partido de los "mamertos", que en el Ecuador significa persona de escasa inteligencia o escasa habilidad

Muchos son las palabras que aparecen de manera espontánea y que enriquecen nuestra lengua por fuera de la ortodoxia idiomática, y otra cosa es la perversidad que se deriva de su utilización con fines políticos electorales non sanctos..

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