¿"Negros de mostrar, negros de esconder" es una columna racista? Veamos...
Aunque el autor intenta disfrazar sus afirmaciones como un análisis objetivo del desempeño de la vicepresidenta Francia Márquez, su texto está plagado de estereotipos raciales que subyacen en la historia colonial y esclavista de nuestro país. La categorización de las personas negras en “mostrables” o “escondibles” no es solo una distinción racista, sino que reproduce una lógica jerárquica y excluyente que sigue afectando profundamente a la población afrodescendiente en Colombia.
Este tipo de razonamientos, que pretenden etiquetar a líderes afrodescendientes como Francia Márquez, no son nuevos. En la historia de Colombia, las personas negras han sido constantemente subvaloradas y clasificadas en función de su grado de “conformidad” con las expectativas de la blanquitud.
Ser un “negro de mostrar”, como Diego Martínez Lloreda define al canciller Luis Gilberto Murillo, implica adecuarse a los estándares impuestos por la sociedad blanca: discreto, mesurado y eficaz dentro de las normas del sistema que históricamente ha oprimido a las comunidades negras. En contraste, la vicepresidenta Francia Márquez es descrita como el “negro de esconder”, una figura que incomoda y desafía el orden colonial al ocupar un espacio de poder.
Al presentar esta dicotomía, Martínez Lloreda no solo reproduce un discurso de exclusión, sino que subestima deliberadamente los logros de Márquez como mujer negra, trabajadora y líder comunitaria que ha luchado por los derechos de las poblaciones marginadas.
Al calificarla de “arrogante” y “pedante”, recurre a estereotipos raciales históricos que han sido utilizados para desacreditar a las personas negras, especialmente a las mujeres, cuando se atreven a desafiar las estructuras de poder. Este es un ataque directo no solo a su desempeño político, sino a su identidad misma como mujer afrodescendiente, rural y luchadora social.
La narrativa que propone el autor es profundamente perjudicial, ya que no solo afecta la percepción pública de líderes como Francia Márquez, sino que perpetúa un ciclo de discriminación estructural. Cuando se deslegitiman las capacidades de las personas negras para ocupar posiciones de poder, se refuerzan las barreras que históricamente han limitado su participación política y social.
Las comunidades afrodescendientes en Colombia han sido víctimas de un racismo institucionalizado que se manifiesta en la falta de acceso a la educación, la salud, el empleo digno y la justicia, y que ha perpetuado la pobreza y la marginación.
La crítica a Márquez por su supuesto “arribismo” y sus viajes internacionales ignora el contexto de su trabajo y el significado de su representación en un escenario internacional. Como vicepresidenta de Colombia, su presencia en eventos internacionales no solo es un reflejo de su función política, sino también una reafirmación del papel de las comunidades negras en la construcción del país. Reducir su trabajo a un “gusto por el turismo oficial” es minimizar la importancia de la visibilidad de las poblaciones afrodescendientes en espacios de toma de decisiones.
Por otro lado, el elogio a Luis Gilberto Murillo como “prudente y sencillo” refuerza la idea de que solo aquellos afrodescendientes que se ajustan a las normas impuestas por la sociedad blanca son dignos de ser valorados. Este tipo de retórica es extremadamente peligrosa, ya que perpetúa una visión estereotipada de las personas negras como sujetos que solo son aceptables si no desafían el orden establecido.
En lugar de celebrar la diversidad de liderazgo y pensamiento que figuras como Márquez y Murillo aportan, el autor busca dividir a la comunidad negra en aquellos que pueden ser “mostrados” y aquellos que deben ser “escondidos”.
En última instancia, esta columna no es un ataque aislado, sino parte de un discurso más amplio que sigue minando los derechos y las oportunidades de la población afrodescendiente en Colombia. Mientras no se aborden estos prejuicios racistas de manera directa, las comunidades negras seguirán enfrentando obstáculos para alcanzar una verdadera equidad.
Es necesario desafiar y desmantelar estas narrativas coloniales que continúan perpetuando la desigualdad y la exclusión, y reconocer el derecho de los líderes afrodescendientes, como Francia Márquez, a ocupar espacios de poder sin ser sometidos a prejuicios deshumanizantes.