Después de al menos siete intentos de negociación entre el gobierno y la oposición, Venezuela se encuentra en una crisis económica, política y humanitaria con implicaciones regionales. La estrategia de máxima presión de Estados Unidos impuesta por la administración Trump, junto con las sanciones de otros países y organizaciones internacionales, allanaron el camino para que ahora, bajo el gobierno del presidente Joe Biden, se retomara el camino diplomático. Las conversaciones entre la Plataforma Unitaria conformada por el gobierno interino legítimo de Juan Guaidó y la oposición y el régimen de Nicolás Maduro comenzaron este agosto en la Ciudad de México con Noruega como mediador.
A diferencia de los intentos de negociación pasados, esta vez la mesa de diálogo está integrada por otros actores internacionales. Es preciso mencionar que este proceso se rige por dinámicas políticas, posturas de gobierno y los intereses de cada país. Contrario a lo que la mayoría de venezolanos esperarían, predomina el juego político sobre la ley internacional y su debida aplicación. Es por esto que, haciendo referencia a la teoría de Putnam, la resolución del conflicto venezolano debe verse como un juego en niveles múltiples.
¿Por qué teniendo como su mejor aliado a Estados Unidos, la fuerza democrática venezolana se sentó a la mesa?
Para Estados Unidos, mantener a Rusia y a China fuera de su esfera de influencia es vital. Su interés en Venezuela es principalmente geopolítico, teniendo en cuenta la creciente presencia de Rusia y China en territorio venezolano.
Sin embargo, en detrimento de algunos otros asuntos externos que requieren desesperadamente de su atención, la política de Biden se ha enfocado en asuntos internos. Contener la expansión de la pandemia, abordar la inequidad económica y hacer reformas al sistema migratorio están en el centro de su agenda. Y es por esta razón que atender la crisis venezolana, que entre otras cosas encabeza la lista de movimientos migratorios más grandes del mundo con 5,6 millones de migrantes y refugiados fuera del país, no pinta dentro de la lista de prioridades de esta administración. La poca importancia dada a este tema ha llevado al presidente Biden a tomar una posición que genere el menor riesgo posible para su gobierno. Volver a la mesa de diálogo es, en ese sentido, la mejor de las alternativas. La lectura de Biden es hacer lo que sea necesario para impedir que la situación en el país petrolero estalle. No podemos olvidar tampoco la imperiosa necesidad del actual presidente americano de diferenciarse de su antecesor, tanto en sus políticas internas como en materia de política exterior. Se le presenta a Biden entonces la oportunidad perfecta para reafirmar su imagen de demócrata, pacifista y de antiintervencionista.
¿Pierden el tiempo en México los venezolanos?
Con el control del ejército, el apoyo económico y diplomático de sus aliados extranjeros, y la base económica proveniente del narcotráfico, el régimen tiene pocos incentivos para negociar su poder operativo. Cualquier negociación exitosa requiere concesiones y para el régimen esto significaría renunciar al poder que ha amasado. Mientras puedan mantener la calma en las calles, el statu quo es el escenario ideal para ellos. Su posición cómoda no obliga a sus principales miembros a negociar el reparto del poder y, mucho menos, a renunciar a él.
Zartman añade la teoría de “Ripeness and Readiness” la proposición de que una de las condiciones necesarias, pero no suficientes para una negociación con indeseables es un estancamiento que perjudique a ambas partes. Esta no es la situación actual, pues el régimen tiene una ventaja evidente sobre la oposición en términos de influencia, y sus actores claves no se encuentran en un costoso punto de bloqueo. Por tanto, la usurpación del poder solo puede resolverse mediante una de dos maneras, o una combinación de ambas. O, bien, presionando más al régimen, lo que les sacaría de su zona de confort para llevarlos a ese costoso punto de bloqueo; o, bien, ofreciendo una alternativa que proporcione a los actores clave libertad y acceso a sus activos financieros si aceptan renunciar al poder. Una estrategia que contemple ambas opciones simultáneamente podría ser la más eficaz.
Uno de los dos elementos esenciales para que un conflicto esté lo suficientemente maduro y preparado para iniciar un proceso de negociación es la confianza. Dados los numerosos intentos fallidos del pasado y la problemática relación entre el régimen y la oposición, existe una falta de confianza entre las partes. La negativa y agresiva retórica antiestadounidense del régimen de Maduro, así como la firme postura de Estados Unidos de tener como objetivo final el cambio de régimen, contribuye a esa desconfianza, lo que hace aún más difícil un diálogo exitoso.
A pesar de haber llegado a un punto severo en su crisis humanitaria y económica tras años de progresiva decadencia, las partes involucradas en el conflicto venezolano no están realmente preparadas para un proceso de negociación. Lejos de producir avances, las negociaciones quizás han empeorado el escenario para un posible retorno a la democracia, al enfocarse en temas con poca trascendencia, otorgando más tiempo al dictador para asegurarse en el poder, al tiempo que la oposición democrática y el gobierno interino de Juan Guaidó pierden fuerza y quizás, a los ojos de algunos, incluso legitimidad.