Colombia está en crisis como lo está gran parte del mundo. Y en el caso de nuestro país, esta crisis tiene una cara muy dura de pobreza, de miseria de desesperanza. Adicionalmente, el futuro no es nada claro. La vacuna que cambiaría la situación, no va a llegar sino a medianos del 2021 si tenemos suerte, y además con seguridad habrá serios problemas de distribución. La llamada recuperación de la economía va a una velocidad mínima, porque entre otras, no se quiere aceptar que tenemos un grave problema de demanda y poco o nada se hace para reactivarla.
Es en ese contexto en el que se debe ubicar la actual discusión del salario mínimo. El punto de partida es que este debate sobre en cuánto se debe ajustar esa remuneración, definida por concertación entre los empleadores, los trabajadores y el gobierno, es totalmente distinta a la que se realiza todos los diciembres. Tres puntos son críticos: la complejidad del mercado laboral colombiano, los impactos negativos sobre el trabajo debido a la pandemia y las dos caras del salario.
La complejidad del mercado laboral en Colombia
La crisis del mercado laboral en Colombia no es nada nuevo y la flexibilización laboral que hoy se recomienda como la política adecuada, se viene aplicando desde la década de los 90. Pero antes de la pandemia ya se tenía un desempleo de dos dígitos, uno de los más altos de América Latina. Lo que nadie se cuestiona es el impacto que la política social, las transferencias condicionadas a los pobres, tuvo sobre la informalidad. Quienes lograron superar la línea de pobreza, lejos de entrar al aparato productivo se convirtieron en vulnerables que llegaron a ser el 39 % de la población. Salieron de la pobreza, pero su lugar de trabajo ha sido la calle y hoy son el dolor de cabeza del gobierno. Solo les dan lo equivalente a la línea de indigencia, $160.000 y no los pueden identificar fácilmente. Sin embargo, nadie relaciona esa estrategia social que se ha implementado durante las últimas décadas y su impacto sobre el mercado de trabajo.
El costo de la pandemia
Dos sectores de trabajadores han sufrido el mayor impacto de la recesión económica con el mayor nivel de desempleo: mujeres y jóvenes. Según Anif, el 70 % del desempleo actual lo aportan las mujeres y 30 % los hombres. Esta dura realidad solo se menciona, pero no se hace nada para resolverla. Se desatiende la necesidad de programas específicos, empleos de emergencia, planteados por grupos de economistas hace 7 meses. Menos aún se considera el inmenso peso del cuidado, principalmente el no remunerado, generado por muchos factores, como atender la familia 24 horas diarias, apoyar la educación en casa y además, el cuidado de enfermos, 90 % de los contagiados atendidos en el hogar.
El resultado ya se ha medido. Las mujeres gastan actualmente en Colombia 10 horas en cuidado diario y 6 horas los hombres. Y para aquellas que teletrabajan esto se traduce en jornadas de 14 o 18 horas diarias. Pero, además, ¿alguien ha pensado en el peso para las mujeres rurales, mucho mayor que el que están asumiendo las mujeres urbanas, entre otras porque les toca atender la educación de sus hijos sin conectividad? Sin embargo, estas realidades ni trasnochan al gobierno y menos a los empresarios.
Se desconocen las dos caras del desempleo
No es sino mirar las propuestas novedosas de economistas, empresarios y muchos académicos: solo miran el salario como costo y por ello para generar empleo toca reducir salarios, 80 % del mínimo, por ejemplo. Primero, no reconocen que la pandemia ha golpeado de manera diferente a ellos los generadores de empleo y a los trabajadores. Por décadas las empresas han generado utilidades que les permiten resistir la crisis mientras los trabajadores llevan décadas sobreviviendo.
Segundo, lo más grave, ignoran el consumo de los trabajadores, especialmente cuando el país tiene una crisis de demanda interna. Al observar lo que produce prioritariamente el país, o sea los empresarios, son precisamente aquellos bienes que demandan los pobres. Si no hay quien les compre se van a dedicar a acumular inventarios. Y no son los que tienen mayores ingresos los que les van a comprar porque están ahorrando ante la incertidumbre de la pandemia. Son los pobres los que se gastarán su salario adquiriendo lo que necesitan para vivir, comida, ropa, artículos del hogar. Por consiguiente, esa demanda solo crece si aumentan sus salarios. Hasta el New York Times lo afirma, los salarios son demanda.
Para completar, la inflación es negativa y por ello, el alza del salario mínimo no afecta este índice. Además, el argumento para no subir el mínimo porque la productividad laboral es negativa, la pregunta es, ¿quién en medio de esta crisis tiene una productividad positiva? El Estado decide, seguramente, sobre el nuevo salario mínimo y si pone los ojos en los empresarios este seguirá siendo el mínimo, pero después no se quejen porque la economía no se recupera.
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