Aunque todas las personas, en un determinado entorno social, no poseemos los mismos valores no se desconoce la importancia de éstos. Cuando son positivos se genera una percepción de encontrarse en espacios de respeto y de sana convivencia. Pero, cuando son lo contrario (o antivalores) propician ambientes difíciles, de inconformismo entre las personas que conducen a generar dinámicas e interrelaciones sociales difíciles y conflictivas afectando a nivel personal, familiar o laboral.
No cabe duda que la primera institución de generar este tipo de formación en el individuo es la familia. Pero sucede que, cuando este contexto no les brinda la formación suficiente a los niños ni les inculcan aquellos elementos relacionados con una personalidad respetuosa para interactuar con un entorno y miembros de la comunidad, la escuela (como otra institución) está llamada a llenar ese “vacío” a través de sus medios para la enseñanza. Por tal motivo, muchos incluyen en sus currículos el tema de ética, valores y relaciones sociales.
La problemática social es tratada por muchos profesionales: psicólogos, sociólogos, educadores, pedagogos y más. Pero también, es discutida por personas de otros campos no necesariamente disciplinares. En ambos grupos, la conclusión es casi la misma sobre el debate en torno a la pérdida de valores y eso se evidencia también en el trabajo de Sánchez Cabezas (2015), titulado La formación de valores en los educandos, y citando a otros autores, argumenta que existen detonantes para los antivalores como el aumento de violencia, homicidios, desempleo, poca o nula atención social, intereses personales, injusticias, incapacidad de reconocer al otro como diferente, individualidad, egoísmo, prácticas de doble moral, déficit de autocrítica y un sin número de variable; todo ello oculto en algo que muchos consideran como “capacidad de supervivencia”.
Un ejemplo puede ser lo que ocurre en nuestro país. Colombia ha vivenciado en su historia reciente muchos casos de corrupción. Solo por mencionar algunos como el Carrusel de la Contratación en Bogotá, el caso de Interbolsa o el mismo Odebrecht y otros más donde las personas implicadas han preferido el beneficio personal al colectivo a cambio de altas sumas de dinero. De acuerdo con el Índice de Percepción de Corrupción (IPC) emitido por Transparencia Internacional en año 2018, Colombia, sufrió un descenso sobre las perspectivas de transparencia con un puntaje de 37 puntos, teniendo resultados similares que las percepciones en Brasil y Perú con el mismo puntaje. También, Colombia, se ubica por encima de naciones como Bolivia y Ecuador. Sin embargo, se encuentra por debajo de Uruguay y Chile quienes obtuvieron un puntaje de 70 y 69, respectivamente, siendo los países con mejor percepción en Sudamérica. Según el director de Transparencia por Colombia (Sergio Hernández) esta caída en la calificación es un peligro porque “si no se realizan acciones efectivas contra la corrupción, si no se generan acciones para recuperar la confianza en el sistema judicial y no se cumplen con los compromisos adquiridos en el campo internacional Colombia seguirá descendiendo en esta percepción”. Estos hechos influenciaría de forma negativa la formación de ciudadanos íntegros, responsables y con altos valores ético-morales.
Cada día, como ciudadanos, nos asombramos de las problemáticas descritas. Muchas de las quejas son, precisamente como se mencionó anteriormente, porque muchas familias no brindan los elementos necesarios para la formación personal en los primeros años de vida. Entonces, la escuela, debe recurrir e incluir en su proceso formativo elementos de ética y valores para una sana convivencia. Pero hasta qué punto es suficiente y realmente impactante que lo descrito en el plan de estudios sea genere la transformación en la persona? Porque en algunos planes de estudios se menciona pero el número de créditos hace que esto se vea una hora semanal.
Muchas personas argumentarán que es más importante ciencias biológicas, matemáticas, lengua castellana, sociales y otras, las cuales deben ser vistas casi a diario, con mayor rigurosidad, para que salgan con un aprendizaje que les servirá en sus vidas y que estas generan mayor impacto porque ayudan a orientar el futuro profesional de los educandos.
Uno de los retos de la educación y las instituciones es, en primera instancia, analizar el currículo que están implementando en el momento. Pero más allá de hacerlo, es evaluar el impacto que tienen en la comunidad. Así como se replantean diversas variables en las materias que se consideran “importantes” o las que abarcan una mayor cantidad de créditos, también es fundamental evaluar el significado, la importancia y la trascendencia que tiene la cátedra de valores en la formación de un individuo.
Sería interesante contar con medios o herramientas que permitieran evaluar de forma constante el impacto que genera la ética y los valores en el proceso educativo para que esto no se considere como una materia del montón. Estamos en un mundo globalizado, cambiante, con avances en materia de tecnología pero da la sensación que ese progreso ha estancado lo que nos ha caracterizado como seres humanos, la capacidad de sentir, interactuar, analizar con mayor crítica y comprender a otros individuos que también nos rodean y con necesidades iguales, mayores o menores que las nuestras.