A la derecha siempre le ha quedado fácil gobernar. Lo hace apoyada en todos los poderes, los legales y los fácticos, casi siempre alineados de manera tan cuidadosa que los ruidos que a veces creemos escuchar no son más que meros desajustes de volumen fáciles de corregir.
Para la izquierda ha sido más difícil. Ella tiene contra sí muchos factores, pero muy especialmente el poder del gran capital, del cual pueden emanar cuantiosas sumas e inmerecidas oportunidades de progreso para reencausar a quienes den señales de querer hacer tránsito hacia el nuevo gobierno.
Gustavo Petro llegó a la presidencia gracias al respaldo mayoritario del electorado. Sin embargo, ello no ha sido una patente para ejercer su gobierno a plenitud, y le ha tocado conciliar, a veces en forma extrema, para poder sacar adelante algunas tímidas reformas y mantener viva la esperanza de que otras de mayor calado puedan venir después.
Entender bien lo anterior podría dar lugar a apreciaciones más objetivas y realistas de parte de sus seguidores, partiendo de reconocer que lo logrado hasta hoy apenas si se parece mínimamente a lo consagrado en el programa de gobierno, pero que podría ser mucho más si pudiéramos mejorar la correlación de fuerzas en el Congreso y en la calle, en lugar de andar aplaudiendo cosas que no merecen tal reconocimiento y dejando pasar otras que antes eran causa de justificable encono.
A manera de ejemplo de estos procederes inadecuados, recordemos el inaceptable calificativo de “positivo” con que el presidente de la CUT recibió el pasado aumento del salario mínimo y el silencio con que estamos recibiendo los incrementos al precio de los combustibles. ¿Acaso tales alzas no las veíamos antes como contrarias a los intereses populares por sus efectos nocivos sobre los precios del transporte y la canasta familiar? ¿Acaso no cuestionábamos el que dichos precios tuvieran que corresponder a los de la bolsa de Nueva York?
Y miremos también el caso de los peajes. ¿A cuento de qué vienen sus escandalosos incrementos? ¿Acaso no los veíamos antes como un engendro del modelo neoliberal que había privatizado las carreteras? ¿Será que el concepto de privatización de lo público ha dejado de ser motivo de rechazo en estos tiempos del Gobierno del Cambio?
No, apreciados amigos: así como ayer rechazamos esas políticas por considerarlas nocivas, hoy también debemos hacerlo, entendiendo que si permanecen vigentes es porque no hemos visto con claridad que con tener presidente no es suficiente; que se necesita también de un pueblo firme a su lado, haciéndole saber que no tiene por qué conciliar con la derecha como hasta hoy se ha visto obligado a hacerlo.