El trino de la periodista Claudia Morales, creadora de Árbol de Libros en Armenia, es conmovedor: “He tenido la muerte siempre muy cerca. Morir es la única certeza. Hoy, muy enferma, es la primera vez que me pregunto si en 40 días lograré cumplir mis 48 años. Dos semanas de lucha contra el covid-19 provocan dudas. ¿Cuál es nuestro tiempo en este universo?”.
¡Que Claudia se mejore! Que cumpla muchos años, que siga sembrando el hábito esperanzador de la lectura en los niños, un cuento que ella agradece a su hija, en un país en el que hay dirigentes que consideran que algunos son máquinas de guerra y que hay que eliminarlos.
La pandemia ha multiplicado la incertidumbre y los temores de buena parte de los colombianos. A diario sabemos de la hospitalización de alguien cercano, de la muerte de un pariente, de un conocido. Sentimos incertidumbre y miedo por las caprichosas vías que utiliza el virus, por la forma en que ataca tanto a jóvenes como a mayores, a unos de forma leve, a otros no, por la brutal cifra de más de 65.000 fallecidos, por la curva en alza en estas semanas. Da miedo el contraste de esta realidad con la tónica oficial que proclama como exitosa la campaña de vacunación cuando, en realidad, por habitante, contamos con una de las más bajas del continente. Es una locura que se diga y que se pretenda que lo creamos, que estamos ante el furor de la efectividad en la aplicación de las vacunas. País de espaldas al mundo...
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Da miedo el contraste de esta realidad con la tónica oficial que proclama como exitosa la campaña de vacunación cuando, por habitante, contamos con una de las más bajas del continente
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Desde el punto de vista existencial, como suele suceder con los temas de la muerte, la inmensa mayoría creía que el del covid-19 era un tema reservado para otros... hasta cuando las fatalidades tocan a la puerta. Miedo porque, más allá de la estadística, ya cada uno de nosotros conoce de casos de carne y hueso, de tragedias familiares, de huérfanos, de funerales sin despedida. Temor porque, a pesar de saber que hay que cuidarse, también caen atrapados, a veces, sin que sepa por qué, los prudentes.
El mensaje de Claudia Morales, que va más allá del covid-19, alude a una situación límite universal: ni más ni menos que la de vislumbrar la posibilidad de la propia muerte. Todos sabemos que moriremos y, sin embargo, hay una diferencia frente a ese hecho abstracto si, por algún motivo, percibimos que nuestro final puede ser inminente. Sobrevivir el trance, con la certidumbre de que la muerte me llegará, de que algún día, en el futuro, habré sido, es distinto a creer que la muerte es asunto de otros. Quizás ese hecho nos ayude a vivir el ahora, a exprimir cada segundo, a dar gracias por el misterio de la vida, a gozarnos los seres queridos, a apreciar la muerte como parte de la vida, a ser solidarios.
La pandemia ha sido un catalizador que agrava las situaciones límite: son, además de enfermedades graves y de la muerte propia o de personas cercanas, también, la pérdida del empleo y la obligación de responder por un hogar, la quiebra de un negocio en medio de las deudas, ecuaciones angustiosas en extremo.
Y, para millones de jóvenes, situación límite es el miedo de un futuro incierto en el contexto de cambios profundos en la tecnología y el medio ambiente, en una situación de desempleo juvenil como ninguna otra en América Latina y, de remate, también de millones desconectados de la educación virtual. Jóvenes que, en pocos años, se las verán con un mercado laboral que poco tiene que ver con el actual, con nuevas ocupaciones, con la exigencia de nuevas competencias, cuando lo que se aprende en el colegio y en la educación superior poco tiene que ver con las necesidades del mundo del empleo, regido por tendencias a escala planetaria. El tiempo de los niños y los jóvenes es ahora: ¿qué historia contarles, cómo inspirarlos, qué futuro construir?
Personas como Claudia, por la vía de inculcar el hábito de la lectura, contribuyen a dar esperanza a niños y jóvenes, a darles alas a sus sueños.
Termino con estos dos trinos de Claudia, de hace tres semanas: “Hilo de gratitud. Hoy hace un año creamos Árbol de Libros Armenia como consecuencia de la pandemia. Dos meses y medio duramos con las puertas cerradas. Quebramos. Sostuvimos a nuestros empleados. Sentimos tristeza, miedo, rabia. Y, a pesar de eso, siempre buscamos razones para soñar.” “Sentir gratitud en un país donde muchos se empeñan en robarnos la esperanza, para mí es grandioso”.