Con seguridad alguien habrá usado este título antes. Y probablemente muchos lectores se irritarán leyendo esta columna porque en nuestros días adoramos, con todo el peso de esa palabra, la Naturaleza. Es lo correcto políticamente pero es importante discutir el tema pues el prejuicio que todo lo natural es bueno no es inofensivo. Es cierto que es una idea muy antigua y tradicional que parece formar parte de esa cultura humana común a muchos pueblos. Pero podemos estar equivocados desde hace siglos. La Naturaleza no es una realidad casi divina maternal y bondadosa. Fernel, gran médico renacentista, como aquel niño del cuento que no veía el vestido transparente del rey rompe el encanto preguntándose: “¿A qué se llama natural? ¿Acaso hay alguien que haya podido ver la naturaleza y la haya tenido entre sus manos?” (Sobre la causa oculta de las cosas)
En la revista Investigación y Ciencia (noviembre, 2013) sale un artículo con un título aún más directo: “La falacia naturalista” Y no lo escribe un médico patrocinado por el “sistema” o las grandes empresas farmacéuticas, lo firma un joven profesor de filosofía de la ciencia. Pero aunque siempre repetimos que necesitamos hacer una discusión filosófica de conceptos como salud, enfermedad y naturaleza no lo hacemos nunca. En las facultades de medicina se cree que los procesos patológicos son sólo objetos de investigación científica. Decía un decano amigo “lo demás son especulaciones” Fuera de las escuelas de medicina llamamos enfermedad a cualquier dolor o sufrimiento humano y salud a cierto utópico bienestar. Escribe Saborido en el artículo “se han lanzado al mercado filosófico muy distintas definiciones sobre lo que significa ser y estar sano o enfermo”. Por supuesto no entramos muy frecuentemente, médicos o no médicos, al “mercado filosófico” y buena falta nos hace.
Quien grabó a sangre y fuego (aludiendo a sus erradas sangrías y cauterizaciones) en nuestra cultura la idea que la naturaleza cura fue Claudio Galeno, médico del emperador Marco Aurelio. Y médico, equivocado o no, de toda la civilización occidental por quince siglos. Formalizó una enseñanza hipocrática que muchos aceptaron sin dudar: el vis medicatrix naturae, el poder medicinal de la naturaleza. Nuestra engañosa publicidad de productos naturales, nuestras tiendas y farmacias naturistas, muchas de nuestras respetables medicinas complementarias o alternativas se fundamentan en esa creencia. Se trata de una creencia a veces útil pero no siempre confiable como casi todo en medicina. Si la convertimos en principio indiscutible de nuestra práctica médica o estilo de vida sano podemos equivocarnos. Pues no se ha comprobado que aquello que llamamos “natural” sea siempre “sano” Por ejemplo la bacteria E. colienterohemorrágica asociada a 32 muertes en Alemania en 2011 probablemente entró a la cadena alimenticia humana por el uso de fertilizantes “naturales” Además esa crisis del pepino, como se le llama, costó semanalmente 200 millones de euros a la agricultura española por las primeras infundadas acusaciones que allí estaba el origen de la epidemia. Entonces lo “natural” no es siempre sano ni barato.
La medicina galénica y su poder medicinal de la naturaleza empezaron a perder autoridad tras la Muerte Negra en 1348 y el “descubrimiento” europeo de la sífilis después de 1492. Parecían ser enfermedades nuevas para las cuales no había tratamiento efectivo en la naturaleza. Entonces Paracelso y otros médicos como el mismo Fernel empezaron a tratarla sífilis con compuestos mercuriales que aunque tenían alguna efectividad eran tóxicos. Paracelso, quien lanzó a la hoguera pública ese ícono de la medicina galénica que era el Canon de Avicena, decía “todas las sustancias son venenos, no hay ninguna que no sea veneno, la dosis correcta diferencia un veneno de un remedio”. Así se fue tomando conciencia que en la naturaleza no todo era bueno ni sano.
Cuando seguimos creyendo que lo natural es necesariamente sano caemos en una falacia que parece verdad y no lo es según el artículo de Saborido. Falacia conocida en filosofía como la falacia naturalista: lo bueno o lo sano en nuestro caso es reconocido por sus cualidades naturales, cualidades cuya presencia se debe a otras razones. Es bien interesante que esta falacia fue descrita por Sidgwick y Moore, unos filósofos muy liberales de comienzos del siglo XX que son las raíces del feminismo inglés y del grupo de Bloomsbury (Virgina Woolf et al). Todo esto al denunciar hace un siglo la falsa obligatoriedad de una vetusta y opresiva ética natural. Hoy sorprendentemente quienes defienden lo natural a ultranza son frecuentemente personas de talante liberal que veneran ciegamente “las leyes eternas de la Madre Naturaleza” como una seudoreligión.
Para desilusión de muchos la naturaleza no es maternal, buena y siempre saludable. Pregúntenle a los dinosaurios tras la extinción masiva del Cretácico-Terciario. Si ellos hablaran inglés contestarían: “Natureis a bitch!”.