Natalia y Gabriel Gómez: bailar para ser felices

Natalia y Gabriel Gómez: bailar para ser felices

A pesar de su juventud, estas dos promesas de la salsa se preparan para continuar mejorando su baile y así conmemorar sus raíces caleñas

Por: Manuel Tiberio Bermudez
abril 30, 2018
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Natalia y Gabriel Gómez: bailar para ser felices

Aun son unos niños, pero ya conocen los aplausos del éxito. De padres colombianos, son nacidos en los Estados Unidos, en donde en el área de Dover son punto de referencia como excelentes bailarines de salsa. Ellos son Natalia Gómez y Gabriel Gómez.

Pero lograr este reconocimiento no ha sido fácil. Son horas de trabajo, de mucho trabajo. Ella, de tan solo 9 años, ya ha recibido el reconocimiento a su talento y a su dedicación, pero también ha sentido el peso de las horas de la rutina y sacrificio para ser cada día mejor. Y ese esfuerzo ha dado sus frutos, así lo testimonian algunos trofeos que exhiben con orgullo en su casa.

Natalia, desde los 5 años, baila sin interrupción y gracias a su tenacidad ha logrado éxitos a los que muchas otras personas tardan tiempo en alcanzar. Ya sabe de alzadas, de giros de ese volar sin alas, que son las alzadas con las que el público se queda sin aliento. Frágil, espigada y talentosa, Natalia Gómez es una chica con una vivacidad que impacta.

Se enamoró del baile cuando por casualidad vio algunos videos del Festival Internacional de Salsa que anualmente se realiza en la ciudad de Cali. “Lo que vi me pareció muy bonito y me gustaba lo que los bailarines hacían —dice—. Le dije a mi mamá y ella me llevó a unas clases y de ahí en adelante he seguido bailando”.

Inicialmente, un profesor colombiano fue quien le dio las primeras lecciones, pero hoy ya ha pasado por varias academias, gracias a las cuales ha ido perfeccionando los pasos de ese ritmo que requiere elegancia, entrega y dominio para con los pies dibujar los compases de las notas musicales que hacen vibrar de contento a miles de personas en el mundo.

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Habla con propiedad de los estilos, de los pasos básicos, del punta talón, de las dificultades que ha encontrado para hacer que su baile emocione a quien la observa. “Me gusta bailar porque veo que la gente se pone contenta, me aplauden, y eso me alegra mucho. Con los compañeritos de baile también es muy bonito porque ellos me dicen que está mal, yo también les digo lo que creo deben corregir y entre todos vamos mejorando lo que hacemos”.

Sus padres son caleños y quizá por ello, tiene unos críticos que le animan a seguir adelante, a bailar cada vez mejor, a dejar muy en alto ese ritmo que camina el mundo como sinónimo de Cali, una ciudad que sabe bailar y disfrutar de la Salsa.

Le preguntó qué le ha enseñado la mamá de baile y suelta una alegre carcajada para responderme: “Yo soy la que ahora le enseñó a ella”.

Bailar salsa le ha permitido participar en competencias importantes como Fuego en los pies, en el Mundial de Salsa de Orlando en la Florida, donde fue primera bailando en dúo y tercera haciéndolo como solista. La espera Los Ángeles para una presentación y se está preparando para volver a Orlando a alzarse con el primer lugar. “Porque estoy segura que lo voy a lograr”.

Como quiere ser la mejor, sus padres la llevaron a Colombia para que estuviera en la Academia Estilo y Sabor, donde se metió de lleno en el estilo caleño que es exigente, pero que ha conquistado el mundo por ser un estilo único.

Sin embargo, Natalia tiene ya definido que es lo que verdaderamente anhela para su vida. “Tengo mi mente puesta en el baile porque deseo intensamente ser una gran bailarina profesional, pero no solamente en salsa. Yo también practico otros bailes: jazz, tap, ballet, hip hop, danza contemporánea. También canto, actúo, y además creo que soy una buena estudiante”, lo dice sin pretensiones o poses de importante, lo dice porque es la convicción que sale de su alma y cuenta para este entrevistador.

En su escuela no recibe muchos elogios porque “a ellos que son de acá, no les gusta tanto el baile, pero tengo amiguitas que les gusta mucho lo que hago, miran mis videos, me dicen que lo hago muy lindo y eso me hace sentir bien”.

Aunque muy seguramente de persistir en esta carrera que ya le ha dado algunos reconocimientos el mundo la espera para verla bailar, hoy a sus 9 años le gustaría presentarse en Francia y alguna vez poder ir a competir en Colombia para mostrar su talento.

Natalia siente la salsa, la vive, es su compañía cotidiana, por eso cuando termina la jornada de estudio y hace sus tareas, la sala de su casa se convierte en el escenario en el que practica, pasos, giros, saltos,  y muy seguramente se siente en ese teatro francés al que quiere llegar, o mientras baila, y gira, muy adentro de sí espera poder emular a la bailarina que hoy es su admiración, una chica colombiana que se llama: Diana Vargas, una caleña a quien admira y reconoce por su trabajo.

El otro bailarín de los Gómez

Gabriel es el hermano de Natalia y en muchas ocasiones, pareja de baile de ella. Llegó a la salsa por casualidad, pues su hermana estaba en una clase de baile y necesitaron un voluntario. Él se ofreció y hoy es un destacado bailarín reconocido en el área de Dover.

Conoce de la dificultad para realizar este baile que tanto le apasiona. “He tenido que entrenar mucho y constantemente para llegar al nivel que hoy tengo junto a mi hermana. Aunque bailamos salsa caleña, nos damos cuenta que es muy difícil alcanzar la experticia que tienen los bailarines en esa ciudad, pero trabajamos duro y constante para poder ser mejores cada vez a pesar de que alguna gente piensa que este estilo es muy arrebatado, pero a nosotros nos gusta mucho. Si uno lo analiza y practica se da cuenta de que es algo muy bonito, pero muy complejo ya que es muy difícil y exigente”.

"También estuve en Cali durante un verano —cuenta—, en la Academia Estilo y Sabor, aprendiendo, perfeccionando mi estilo, con quienes son unos expertos bailarines. Por estos lados también se baila salsa, pero es mucho más difícil la del modo caleño, por eso hay que practicar sin descanso”.

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Varios trofeos testimonian la calidad de su trabajo y esto hace que hace que cada día se apasionen más por lo que hacen, perfeccionen cada vez más la puesta en escena de su baile. Sus amigos a veces le molestan porque deja de estar con ellos en reuniones y otras actividades por estar ensayando para el baile, pero también le alientan a seguirlo haciendo, pues reconocen que gracias a la danza puede viajar constantemente, conocer otros países, otras personas, otros modos de vida.

Por ahora el baile no es su sueño de vida, estudia porque quiere ser un manager deportivo. Pero le gusta bailar porque es parte de la herencia cultural colombiana de sus padres y asegura que solo lo dejaría en caso de una lesión.

Un aliciente importante son los padres de Natalia y Gabriel: Julián y Katerine Gómez, quienes están permanentemente atentos a la actividad de sus hijos y les alientan a seguir trabajando para ser mejores cada vez. Ella, su madre, recuerda que debido a la boda de su hermana, “algunos miembros de la familia pensaron en que el regalo fuera que los niños les presentaran un baile de salsa. Contrataron los profesores para tal fin, ensayaron sin tregua y así fue como comenzaron en este mundo de la danza”.

“Llevan cuatro años bailando y han ganado algunos trofeos como pareja, y en concursos como Fuego en los pies, también han recibido honores como solistas y como dúo, esto los motiva cada día más a ser más persistentes a dedicarles más tiempo a los ensayos a tratar de hacer mejor sus rutinas”.

Como padres, a Julián y a Katerine les gustaría que se hicieran profesionales en el baile, ya que los chicos manifiestan su orgullo por lo que hacen, por las raíces de nacionalidad de sus padres y sobre todo porque ve que ellos son felices con lo que practican.

El tiempo pasa rápido y por eso en unos pocos años, menos de los que nos imaginamos, Natalia y Gabriel, hijos de colombianos, levantarán en alto trofeos que los destacan como primeros lugares en el baile y muchos de los que conocemos sus orígenes también sentiremos orgullo por ellos, porque en esas dos vidas también vibra un pedacito de Colombia.

 

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