En Buenos Aires (Argentina), a donde llegó a los 10 años, en medio de su español cargado acento extranjero, Natalia Litvinova, pasa sus días dictando clases de poesía. Es también traductora de literatura rusa. Es también poeta. Ella es la más reciente ganadora del II premio de novela Lumen, un galardón entrega la prestigiosa editorial que hace parte de Penguin Random House al talento literario entre las mujeres. Para este 2024 Lumen quiso premiar la creatividad y les dio protagonismo a las escritoras en todo el ámbito del español.
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Natalia, quien nació en Bielorusia, en 1986, se formó como traductora del ruso y poeta y escritora desde muy niña, cuando leía junto a su madre los clásicos de la literatura rusa, no solo se hizo merecedora a un premio en efectivo de 30 mil euros, sino que su obra La Luciérnaga, por la que ganó el premio, será publicado por Penguin Random House y su editorial Lumen en todo el territorio de habla Hispana.
El jurado del premio Lumen en pleno, conformado por las escritoras Ángeles González-Sinde, Luna Miguel y Clara Obligado, la directora de la librería Rafael Alberti (Madrid), Lola Larumbe; y la directora literaria de Lumen, María Fasce, le dieron el voto a La Luciérnaga, que se presentó con el título La niña de los brazos de acero, para la presentación de este premio Natalia se presentó bajo el seudónimo de Darina.
Aunque no es el primer libro de la escritora bielorrusa, quien ha publicado en Alemania, Francia, España, Chile, Brasil, Colombia y Estados Unidos, a donde ha llegado con sus poesía en las obras Todo ajeno (2013), Siguiente vitalidad (2016), Cesto de trenzas (2018), La nostalgia es un sello ardiente, en 2020 y Soñka, manos de oro, en 2022, La Luciérnaga sí será la primera Novela y también su primera obra publicada con una editorial tan poderosa como Lumen.
En esta primera novela, delicada y contundente, de desarraigo y memoria, Natalia Litvinova recupera el relato oral de las mujeres de su familia en un mundo inhóspito en el que la historia parece estar a punto de acabarse, y aborda la identidad, los lazos familiares y la experiencia privada cargada de poesía y sinceridad, que es también un ajuste de cuentas con un pasado marcado por la migración y la necesidad de sobrevivir a un mundo en disolución.
Así comienza Luciérnaga
"No quería nacer en otoño en un país radiactivo. Pero el médico me sacó a través de un corte realizado con bisturí, y con mis pies toqué la tragedia, mientras que con las manos intentaba aferrarme a las entrañas de mi madre.
El tajo de mamá no cerró bien. Era demasiado largo y su organismo no tenía las vitaminas suficientes para curarse. Y aunque ya pasó mucho tiempo, cuando le cuento algo gracioso, al reír, ella se agarra de la panza como si fuera una granada a punto de estallar, y me pide: «Basta ya, me voy a descoser y se me van a salir las tripas».
Los primeros años de mi vida coincidieron con la recesión económica y el fin de la Unión Soviética. En los almacenes desaparecieron el jabón, los corpiños, el papel higiénico, el aceite, los pañales, la leche. Las góndolas de licores y conservas se llenaron de repollos y los mercados se transformaron en un huerto arrasado. La vida se convirtió en una extensa fila de espera; a cada familia se le entregaban cupones para los productos que podían adquirir cada mes, los más valiosos eran los de los cigarrillos y el alcohol. El vodka era un bien preciado y en nuestra familia nadie tomaba. Mamá canjeaba los cupones de vodka con los vecinos por los de aceite o manteca, y así pasó del anonimato a ser popular en el barrio: la llamaban «mujer con hijos que no bebe», «la que destila cupones» y «la patrona de los borrachos».
Mientras en la tele mostraban a un hombre rompiendo a martillazos el Muro de Berlín, mi madre y sus amigas sacaban de los baúles las cortinas de seda, sábanas y manteles de encaje que les habían dado sus madres para que pasaran de generación y generación. Y con eso nos cosían ropa, a nosotros, sus hijos todavía sin memoria."